Es frecuente, inclinarnos a lo más cómodo y a evitar toda contrariedad en nuestra vida diaria, gracias al estado de bienestar al que hemos accedido en los últimos años. Esto nos ha conducido a un terreno donde impera la confusión. Hemos conseguido creer que tenemos derecho a todo en el amor, incluso a no tener adversidades.
Este desconcierto, en realidad, es el que nos ha alentado a convertir las dificultades en problemas y esto, por sí solo, es ya una muestra de que tenemos pocas herramientas para superar cualquier pequeño inconveniente que surja entre nosotros, y en la familia.
Hay días en que todo parece que sale mal. Nos levantamos con el pie izquierdo: se nos cae la taza del café, no encontramos las gafas cuando ya salíamos de casa, no funciona el ascensor…, además nuestra pareja no parece estar dispuesta a ayudarnos, nos parece que es egoísta y que no nos quiere.
Otros días, sin embargo, nos levantamos alegres: las pequeñas contrariedades carecen de importancia, casi ni nos fijamos en ellas, nuestro cónyuge es amable, nos mima, nos besa, el sol parece brillar y nos dan ganas de comunicar nuestra alegría con todo el que nos encontramos. La misma taza de café, las mismas gafas, el ascensor de siempre.
¿Qué ha pasado? ¿Qué ha cambiado? Nosotros. Nuestro estado de ánimo, nuestros pensamientos, nuestra mirada al mundo exterior. Nuestra actitud, nuestra mirada, es la que hace, la que construye “mi” mundo, el lugar en el que voy a vivir, mi matrimonio, mi hogar.
Si yo estoy diferente, las cosas, las personas, y mi relación con ellas se me darán de manera diferente. Si adoptamos una visión tremendista de la realidad, será muy difícil que nos sintamos capaces de superar los obstáculos.
Las dificultades forman parte de la vida, y por tanto, es algo natural. Es necesario relativizar las situaciones incómodas, imprevistas, no sentirnos superados ante lo que son inconvenientes normales en la convivencia con quien más queremos.
Vale la pena que nuestra actitud habitual sea positiva: alegre, equilibrada, respetuosa, llena de vida y ganas de vivir, optimista y volcada en los demás, especialmente en nuestra pareja.
Según sea yo, será mi matrimonio, según seamos nosotros dos será nuestra familia, según la categoría de familias que estemos forjando será nuestra sociedad.
Nuestra casa se convierte así en un hogar feliz, donde se respira armonía y sosiego, un oasis particular en el que sus miembros desearán estar en casa.
Ser feliz es posible, depende de nosotros.