La música es considerada una forma universal de comunicación. Esto hace que esté presente en todos los lugares del mundo, en todos los ambientes y en cada uno de nosotros.
Según diversos estudios, la música existe desde la prehistoria, como una forma primitiva de comunicación y expresión de sentimientos. Se podría decir que la música apareció en un momento similar a la aparición del lenguaje.
Los beneficios que tiene la música en la primera infancia son múltiples, por lo tanto es imprescindible, en la medida de lo posible, que esté presente en su día a día para lograr un desarrollo integral.
La sobreprotección hacia los hijos es una tentación en la que todos los padres podemos caer en algún momento. Pero si, en lugar de momentos o circunstancias puntuales, es la tónica habitual puede ser una rémora para un correcto desarrollo personal, al limitar la capacidad para afrontar los desafíos de la vida. Educar en la fortaleza puede ser un buen punto de partida para construir con buenos cimientos.
El día a día de la experiencia docente y el contacto con escolares y sus familias nos muestra, con más frecuencia de lo que sería deseable, ejemplos de lo que se ha llamado “padres helicóptero”, aquellos que, con la mejor de las intenciones, sobrevuelan toda la actividad de los hijos -académica, de ocio o en sus relaciones sociales- para controlar e intentar mitigar cualquier dificultad que pueda surgir.
“Los niños hoy duermen dos horas menos de lo recomendado, esto impacta en su concentración y control de emociones” (Marian Rojas Estapé)
En el ámbito escolar crece la preocupación de los docentes por el déficit de sueño que observan en los más pequeños. Ese déficit afecta al proceso de aprendizaje, ya que los niños que no han tenido un descanso óptimo durante la noche tienen un razonamiento más lento, surgen problemas de irritabilidad y falta de autocontrol, afectando también a la memoria.
Un típico refrán español nos recuerda que “el que algo quiere, algo le cuesta”. Y conseguir un objetivo no requiere solo esfuerzo, sino también, tiempo. Saber educar la paciencia y la necesidad de la espera es uno de los grandes desafíos a los que se enfrentan padres y docentes en esta era de la inmediatez. Es un reto, una oportunidad para trabajar en una virtud importante para el desarrollo personal.
Casi todos tenemos la experiencia de lo acertado de este dicho en cuanto al esfuerzo necesario para conseguir las metas que nos proponemos, pero parece que nos vamos olvidando también del factor tiempo. La cultura de la inmediatez, de la que tienen mucha culpa la vida ‘frenética’, la sobreestimulación y las tecnologías que la aceleran y pueden llegar a ofrecer resultados o gratificaciones inmediatas —en el trabajo, el ocio, compras—, arrastra a los niños que son ya ‘nativos digitales’, pero también a los mayores.
Muchos nos quejamos de que “no nos da la vida” para hacer las cosas que nos gustaría o, al menos, no con el tiempo que desearíamos dedicar. No debería ser ese el caso en la relación padres-hijos, y si lo es en algún momento, siempre se está a tiempo de rectificar. Un propósito para este tiempo de Navidad puede ser hacerles – y hacernos- ese regalo: más tiempo para compartir.
El día a día es vertiginoso. Por el lado de los padres, además, las responsabilidades laborales y los compromisos sociales “aprietan” el horario familiar; por la parte de los hijos, los estudios, actividades extraescolares, ocio con amigos y, en muchos casos, distracciones tecnológicas, llenan las horas del día. Encontrar el momento de encuentro en el que todos estemos conformes y a gusto es el gran reto. Es lo que podemos concretar como ‘tiempo de calidad’.
Ya inmersos de lleno en el nuevo curso, junto a la actividad docente principal, comienzan también las actividades extraescolares, en los propios colegios o en otro tipo de centros educativos, deportivos o culturales.
Recurrir a estas actividades que se realizan fuera del horario escolar puede ser, en ocasiones, una necesidad para la organización familiar. También pueden elegirse para la mejora del rendimiento académico o para desarrollar una afición o un talento de nuestros hijos.
En cualquier caso, tanto si es por conveniencia como por deseo, hemos de buscar que se conviertan en una oportunidad para el crecimiento y el desarrollo de los niños.
Ha pasado poco más de un año y todavía puedo recordar perfectamente la carita de un niño, que, sentado en el suelo en primera fila, escuchaba con una atención sorprendente la historia que yo estaba contando sobre Jesús. Ese día les estaba hablando del Cielo, de las benditas almas del purgatorio, que, para que los más pequeños lo entiendan bien, les digo que son “los que esperan en el banquito”, y de cómo San Pedro les iba abriendo la puerta del Cielo. Hablábamos de los niños, ellos no se sentaban en ningún banquito a esperar, porque nada más verles Pedro les abre de par en par esa gran puerta.
¡Por fin han llegado las vacaciones! Después de todo un curso trabajando duro comienza un periodo largo de descanso que hay que aprovechar al máximo. Y la mejor manera de hacerlo es en familia, disfrutando unos de otros. A continuación, veremos los importantes beneficios que se generan durante este tiempo de estrecha convivencia familiar.
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