AUTORIDAD: Decir sí y no
Ejercer la autoridad en el mundo actual es todo un reto, al que los padres se tienen que enfrentar desde que los hijos son pequeños. La mejor manera de hacerlo es de forma firme y positiva.
La autoridad no está reñida con el cariño y la flexibilidad, más bien al contrario; para que sea efectiva, estos dos elementos tienen que estar presentes en la labor educativa, ya que los hijos, cuando se sienten queridos, asumen mejor las indicaciones que les dan sus padres.
El ejemplo de los padres es el mejor aprendizaje
El ejercicio de la autoridad conlleva un esfuerzo de los padres para convertirse en modelos de lo que quieren transmitir a sus hijos. Antes de generar estrategias para que los hijos aprendan unas normas de comportamiento que faciliten la vida en el hogar y les ayuden a vivir en sociedad, los padres han de darse cuenta de que el ejemplo va a ser el mejor y más claro aprendizaje que los hijos van a tener. Por tanto, han de observar en ellos cuál es la manera correcta de comportarse.
Igualmente, el modo en el que los padres solucionan los problemas va a convertirse en una guía que los hijos seguirán a la hora de resolver los conflictos y desafíos propios.
Normas claras
Dentro de la flexibilidad que exige el día a día, los hijos han de tener claro que las normas que se han establecido hay que cumplirlas. En este sentido, hemos de considerar que lo que hayamos establecido como adecuado no podemos afrontarlo como inapropiado en otro momento, en función del ánimo que tengamos. Así pues, si les permitimos que un día puedan saltar en la cama y al día siguiente les castigamos por hacerlo, conseguimos hijos inseguros, que viven en la duda, con la incertidumbre de no saber cuándo pueden o no hacer algo determinado, mermando la autoridad de los padres.
También han de comprender los niños que las acciones que realizan tienen consecuencias. Por tanto, el buen comportamiento trae consigo paz familiar, orden y satisfacción. Podemos elogiarlo de forma verbal, indicándoles, por ejemplo, ¡cómo estás ayudando! o ¡que ordenada está la habitación!. Si es una conducta muy difícil para el niño o estamos iniciando un hábito, podemos premiarles permitiéndoles estar más tiempo leyendo, jugando o realizando una actividad instructiva que les motive.
Sin embargo, cuando el comportamiento no sea adecuado, tendremos que mostrarle que las consecuencias negativas son naturales, no castigos arbitrarios, por ejemplo, no queda tiempo para jugar porque ha sido muy lento en el baño. En la mayoría de las situaciones el mejor “castigo” es no conseguir el premio previsto por la buena conducta. Así incentivamos la conducta positiva.
Confiar en que pueden hacerlo
Para educar bien a los hijos es importante establecer un sano equilibrio entre los límites que tienen que respetar y la autonomía que pueden desarrollar. Por eso, es necesario proponerles unas claras y asequibles responsabilidades que han de asumir en función de su edad y madurez.
Para fomentar la responsabilidad personal hay que hacerles entender que pueden cumplir con lo que les corresponde y contribuir, de esta manera, a la mejor organización de la casa, mejorando su autoestima al permitirles sentirse útiles.
Así pues, podemos hacerles responsables de sus pertenencias, ponerles algún encargo doméstico y fomentar que cumplimenten sus tareas escolares. Además, dentro de unos límites seguros, podemos permitirles tomar decisiones tales cómo elegir un menú entre dos propuestos o planificar una excursión a algún lugar que les guste visitar.
Asimismo, a través de la utilización de un lenguaje positivo que puedan comprender, les indicaremos las normas de la casa. Y así, en lugar de decirles “no tires la ropa al suelo”, les diremos “por favor, deja tu ropa encima de la silla”. Esta manera de dirigirnos a ellos reforzará su motivación para que quieran seguir esforzándose a la hora de participar en el buen funcionamiento del hogar.
Provocar la comunicación
Para que haya una buena comunicación entre padres e hijos hemos de crear un ambiente en el hogar en el que los hijos se sientan seguros y comprendidos a la hora de plantear sus dudas, emociones, sentimientos o inquietudes. Por eso, es importante crear momentos de conversación como los que se generan cuando vamos dando un paseo, cuando estamos en el coche o durante la comida o la cena. Los planes familiares son situaciones que favorecerán las relaciones y permitirán que las confidencias personales afloren con más facilidad.
En este contexto, hemos de mantener una escucha activa, asintiendo y mostrándoles que les entendemos. Así conseguiremos que los niños sientan que es importante lo que están diciendo y aprovecharemos para enseñarles.
La relación de confianza y respeto que se ha de generar en el hogar permitirá que los hijos puedan hablar de todo sin sentirse juzgados y que participen de modo activo en el funcionamiento de la casa. Se trata, pues, de alimentar la comunicación con ellos para que conozcan las consecuencias de sus actos y así fomentar su responsabilidad personal.
Los “sí” o “no” que decimos a lo largo del día deben tener siempre un tono comprensivo y sensato, que ayude a los hijos a confiar en sus padres y a comprender los motivos de fondo de esa decisión. Así podrán desarrollar las distintas habilidades emocionales y sociales que necesitarán poner en práctica a lo largo de sus vidas.
Paloma Cavero