Como padres, no nos gusta ver sufrir a nuestros hijos, al contrario, intentamos protegerlos de todo lo que pueda herirlos, molestarlos o hacerles enfadar. Pero no podemos eludir que el sufrimiento es una realidad que nos va a acompañar toda la vida, y al igual que muchos aprendizajes nos ayudan a desenvolvernos en el mundo, el aprendizaje del sufrimiento debería ocupar un lugar especial en nuestra tarea educativa.
Son muchos -y cuando digo muchos, es muchos-, los padres que achacan el bajo rendimiento o la apatía de sus hijos a falta de motivación. Cuando me plantean esto, siempre les pregunto al tipo de motivación al que se refieren, si a la extrínseca o exterior o a la intrínseca o interior de cada persona. Según sea su respuesta, trabajo de una u otra forma con esa familia.
Un día me contó una madre que su hijo, gracias a la actividad extraescolar de teatro, había conseguido ser más extrovertido. Me pareció muy buena idea, ya que través del juego, concretamente haciendo teatro, actuando con un rol diferente a su persona, conseguía desinhibirse y contaba muchas cosas y se comportaba libre de complejos. Esto también ocurre cuando los niños se disfrazan.
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