“El buen deportista no lucha para alcanzar una sola victoria, y al primer intento. Se prepara, se entrena durante mucho tiempo, con confianza y serenidad: prueba una y otra vez y, aunque al principio no triunfe, insiste tenazmente, hasta superar el obstáculo” (Forja, 169).
Nadie duda de la bondad de la práctica deportiva. Es excelente para el cuerpo y para el alma. Permite desarrollarse físicamente, liberar tensiones, encauzar la energía corporal, y mantener en forma el organismo frente a la sedentariedad propia de la sociedad moderna. Y es, además, una escuela de virtudes. Siempre que dicha academia abra sus puertas e imparta sus lecciones.
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