SEPTIEMBRE 2020 – ¿Cómo distinguir una queja de un desahogo?
Es una gran pregunta, cuya respuesta es imprescindible para poder aconsejar y acompañar a nuestros hijos. La diferencia esencial está en la actitud, en lo que les mueve a actuar de una manera o de otra.
La queja indica inmovilidad, sentirse víctima, tener baja autoestima y poca capacidad de superar las dificultades. Es propia de niños inseguros, algo mimados y poco fuertes. No entienden de esfuerzo y esperan que otro funcione por él y le quite el obstáculo que hay en su camino porque le cuesta, porque no le gusta o porque no quiere aceptar su realidad.
Un desahogo indica que somos humanos, que nos necesitamos unos a otros, y que buscamos, en otra persona, consuelo, ayuda, apoyo, consejo, acompañamiento y luces para superar ese obstáculo o dificultad. Los niños necesitan compartir el fondo de su corazón con sus padres, hablar con ellos, contar lo que les pasa y lo que sienten. Hacer partícipes a sus padres de las alegrías y las preocupaciones y penas.
¿Cómo convertir una queja en desahogo?
Cuando unos padres atienden una queja de sus hijos, está en sus manos convertir esa queja en un desahogo bueno mediante la escucha y la palabra. La comunicación es una herramienta maravillosa para acompañar a los demás. Una queja compartida, puede ser trabajada para que acabe en una motivación personal de superar esa situación. Para transmitir ánimo, y abrir un horizonte, para forjar una meta donde, el que sufre, va a ser más feliz.
Motivar a nuestros hijos a crecer, a aprovechar lo ocurrido para dar lo mejor de sí mismos, es una labor de los padres. Los hijos son moldeables a estas edades. La confianza puesta en ellos, es una auténtica pértiga que salta cualquier listón.
Para transformar la queja en un aliciente personal de mejora se debe aportar una base de confianza, de acompañamiento, y de seguridad. De modo que cada chico piense: “Yo puedo porque no estoy solo, porque quiero conseguir eso que es bueno y porque mis padres confían en mí”.
No se puede dejar a un hijo hundido en el agujero de la queja. Es imprescindible lanzarles una cuerda de optimismo, un estímulo de fortaleza -que es una virtud básica en la educación, en la cual, mediante la superación de los obstáculos de la vida misma, aprenden a ser menos vulnerables y a ser, por lo tanto, más felices.