NOVIEMBRE 2025: Cultivar la identidad: soy único, pero no el único
El maravilloso cuento del “Patito Feo” nos narra la historia de una pequeña ave que, al salir del cascarón, nace diferente a todos los hermanos , por lo que es rechazado y ridiculizado en la granja. Él se siente triste y solo, se ve distinto y sabe que no es querido por su forma física. Después de un largo viaje y superando las dificultades del invierno, descubre que la realidad no tiene nada que ver con lo que parece; él es un cisne hermoso. Algo que descubre al verse reflejado en un lago junto a otros muchos cisnes. Finalmente, se une a su verdadera familia y allí, con los suyos, encuentra felicidad y comprende que la belleza está en la aceptación de uno mismo.
Este maravilloso cuento es un gran aliado en mi quehacer profesional. Desde hace ya varios años, imparto la asignatura de “Valores cívicos y sociales” en 5º de primaria, donde tengo la oportunidad de trabajar muy a fondo la identidad de los niños. Realidad que hay que dedicarle tiempo para formarles desde muy pequeños: ellos son únicos, pero no son los únicos. Es una maravilla ver cómo descubren y aprenden que cada uno es quien es, con toda su realidad física, psicológica, espiritual, de carácter, de aptitudes, talentos, limitaciones, defectos y grandiosidad. No hay nadie como ellos, como cada uno, con su singularidad.
Padres y educadores deben remangarse para ayudar a los niños a construir una identidad positiva, reforzando sus buenas acciones con elogios específicos, como manifestación de realidades interiores (evitando la hipocresía de fingir ser “buenos” pero con malas intenciones) y animándolos a reflexionar sobre las malas acciones, que si bien nunca definen quiénes son en realidad, manifiestan las dificultades y sombras que llevan en el corazón y que pueden cambiar son su esfuerzo.
Trabajar sus virtudes y sus defectos para que los reconozcan, acepten y se quieran como son, que hablen de sus cualidades buenas y menos agradables en su forma de ser, que sepan expresar lo que les gusta y no les gusta de ellos mismos, es una labor de formación personal que les ayudará a mejorar su autoestima, a estar contentos con ellos mismos y a perdonarse cuando no han sabido dar lo mejor de ellos mismos.
Es fundamental que encuentren en los padres y educadores, preceptores y tutores, esos líderes, modelos a seguir, que necesitan.
Hablándoles con honestidad sobre sus comportamientos menos acertados y motivándolos a pensar en cómo podrían haber actuado de manera diferente, en lugar criticarlos o corregirles sin más, lograremos que tengan una sana “lucha interior”, sin querer ser otra persona que ellos mismos, desarrollando un yo seguro y auténtico, con capacidad de rectificación y de aceptación al mismo tiempo.
Repito, la identidad se forma, sobre todo, reforzando sus buenas acciones y…¡diciéndoselo! Elogiando el esfuerzo que pone en sus tareas y actividades, no solo el resultado final. A veces nos cuesta tanto decirles lo bueno… en lugar de un simple “buen trabajo”. Habrá que aprender a ser más específicos, algo como “Me gustó mucho cómo compartiste tus juguetes con tu amigo; eso demuestra que quieres ser un niño generoso”, “Has sido un campeón al comerte todo lo que mamá te había puesto sin quejarte, eres muy fuerte”, “que bueno has sido al jugar un ratito con tu hermano mientras papá y mamá estábamos solucionando un problema, eres un tesoro en esta casa”.
Debemos manejar las malas acciones de forma constructiva, evitando ponerles o decirles etiquetas negativas: No digamos “eres un niño malo”, sino “lo que hiciste no estuvo bien”. Lo contrario es falso y, por lo tanto, en lugar de ayudarle destroza su identidad. Ante esta sentencia, el niño piensa “soy así, lo que se espera de mí es esa mala acción. Yo soy malo” y actúa en consecuencia.
Esto mata su autoestima y su capacidad de quererse. En los momentos de fracaso, que todos tenemos, necesitan hablar, aceptarse, que les preguntemos cómo se sintieron al actuar de esa manera y cómo se sentirían si a alguien más le pasara lo mismo. Recoger su persona, su alma, su ser… ¡Cuánto bien hacemos cuando les enseñamos a perdonarse y a rectificar! Juntos podéis pensar qué podrían hacer diferente la próxima vez para manejar una situación similar de manera positiva. Contarles cosas personales, enseñarles que también nosotros nos equivocamos, todos se equivocan: Explicarles que equivocarse es parte del aprendizaje y que lo importante es aprender de esos errores.
Por último, aceptar también nosotros cómo son nuestros hijos y alumnos. Solo así podremos pedirle a cada uno lo que puede dar. Encontrar lo bueno que hay en cada persona para apoyarnos en esos talentos para subsanar lo menos bueno.
Alfonso Aguiló tiene un estupendo libro titulado “Educar el carácter”. En su introducción utiliza unas palabras de Gabriela Mistral que no quiero dejar de compartir. Dice así
“Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú. Donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú. Donde haya un esfuerzo que todos esquivan, hazlo tú. Sé tú el que aparta la piedra del camino”. (Gabriela Mistral)
En el interior de un chico o una chica de diez a dieciocho años late un desarrollo casi imposible de medir. Es como una primavera de la vida que fluye con una riqueza extraordinaria. Quienes no tratan con gente joven —o lo hacen con lejanía— no sospechan siquiera cuántas dudas, cuántas tempestades, cuántos afanes apasionados lleva consigo la transformación del espíritu adolescente. Para los padres, ayudar a sus hijos en la formación del carácter y la personalidad —para los que estas edades constituyen una etapa clave— ha de resultar un deber ineludible y al tiempo una satisfacción inmensa.






