La pasión por la amistad
“Si quieres que te quieran, quiere tú primero”. (Seneca). No podemos dejar caer a los niños en una situación de amarga soledad, en el vacío del amor. Para ello, necesitan ser instruidos en el arte de aprender a querer a los demás. Tarea ardua y difícil, que tiene su estadio de crecimiento más fructífero en los primeros diez o doce años de la infancia. Aprender a amar es uno de los aspectos más importantes en la vida de cualquier hombre o mujer y una de sus dimensiones, la más valiosas de ese arte, es al amor de amistad.
Pero el arte de amar se aprende en casa, con servicio a los demás y con espíritu de sacrifico. En la familia se aprende a querer cuando ven una sonrisa en la boca y, en los ojos de su madre o padre, la sombra del cansancio. ¡Qué maravilla es un hijo al que se le ha enseñado a leer la cara de sus padres, de sus hermanos, de los demás!
Pero muchas veces no se lo enseñamos, no nos ven hacerlo a nosotros, padres y educadores.
Muchos niños expresan, con sus cortas palabras, realidades que están viviendo y que, a la vez que impresiona su frecuencia y su profundidad, dejan salir de sus labios -con todo lo que hay detrás de ellas- palabras tristes: nadie me quiere, estoy solo. Niños que contabilizan con los dedos de una mano, y les sobran dedos, aquellos amigos que les aportan cariño y amistad. Muchos menos dedos les quedan en la mano, cuando les rompes el saque y la pregunta se torna en ¿a cuantos amigos…quieres tú?
Entre el “nadie” y el “alguno” está el sentido común y la preocupación de los padres de educar en el amor, de enseñar a querer, de cultivar la generosidad, el servicio y la empatía para que, cuando asome un amigo en sus vidas, sepan que es alguien a quién deben cuidar, respetar, mimar, servir y dar; solo así podrán ir forjando amistades y creciendo en este don.
El amor de amistad es un tipo de relación personal muy fuerte. Es un amor que se educa desde pequeños, con habilidades sociales, con saber ceder, con generosidad y con ese cúmulo de sacrificios que se hace por las personas que queremos, por el compañero con quien queremos estar.
Es una decisión de libre elección. Deciden que quieren tener un amigo y, para ello, emprenden, de la mano de los padres, el viaje hacia el interior del otro. Como las intimidades de los niños están aún por estrenar se trata de dar pequeños pasos, compartir juegos, sueños, intereses, con prudencia y con ilusión. Esto es el comienzo de la amistad.
El que no sabe querer, no puede tener verdaderos amigos. Ayudar a los hijos y alumnos a reflexionar sobre el porqué están solos, les puede abrir un panorama nuevo por el que deben aprender a andar.
Las personas somos felices cuando recibimos, pero el corazón humano se llena mucho más al darse cuenta de que puede querer a otro, cuando descubre que tiene mucho que dar a los demás y l hace, efectivamente. Cuantos más amigos, mejor. Cuantas más relaciones personales establecemos, mayor riqueza personal.
Que muchos compañeros del colegio quieran estar con ellos es una señal de que sabe querer. Los niños vacíos y solitarios son habitualmente los que poco o nada dan a los demás. Y esto puede ocurrir, o porque no tienen nada que dar por su egoísmo, o porque nadie les ha enseñado a querer. Los que dan amor, reciben amor. Y, si en alguna circunstancia, un niño sintiera la pena de no ser correspondido, si le sabemos guiar, sentirá la alegría de haber sabido querer.
Acompañar en las primeras amistades es esencial. Los padres, al hablar en el colegio sobre sus hijos, no solo se interesaran por sus notas y sus logros académicos, sino también, y con el mismo o interés o más, preguntarán si tienen amigos, si se porta bien con ellos, si sabe compartir, si sabe ser generoso, si sabe ceder aunque le cueste o, por el contrario, si se muestra como un pequeño tirano y los demás siempre tienen que hacer lo que ellos quieren y, sobre todo, cómo son sus amigos. Esencial. Porque los niños tendrán que descubrir que existen tres tipos de compañeros en la escuela:
– los compañeros de clase con los que comparten las actividades que realizan
– Los amigos, con los que comparten las primeras intimidades.
– Los cómplices, aquellos con los que se comparte el mal, lo amoral, lo que daña y no es virtud.
Los padres necesitan huir de la ingenuidad de creer, a pies juntillas, que todos los niños y compañeros con los que sus hijos están a diario son buenos amigos.Estar al quite de las nuevas amistades y ayudar al hijo a reflexionar sobre ese nuevo amigo, lleva consigo el discernimiento de si es un líder positivo o negativo para ellos.
La familia no se elige. Cada uno es hijo de su padre y de su madre y los hermanos, le guste o no, son parte de su vida; pero la amistad es una decisión, no es impuesta, es aceptada. Por eso, debemos acompañarlos para que saboreen el bien que puedan dar y el bien que pueden recibir; si no existe esa base de bien, ya empieza con mal pie esa amistad, que es complicidad y no amor verdadero, por lo que si no puede reconducirse (la amistad es cosa de dos) mejo descartarla. Dice el refrán que “más vale
estar solo, que mal acompañado”, lo que supone que solo los buenos amigos son un tesoro.
Desde los primeros pasos en la amistad, los niños deben interiorizar que amigo es esa persona que me hace bien y a quien quiero bien. Todo lo demás es mentira. Hemos de ayudarles a que no se queden nunca en su egoísmo, en mirarse solo a sí mismos, ya que ese camino es solitario y triste.
Merece la pena dedicar tiempo como padres, profesores y educadores a formar a nuestros hijos y alumnos para un sean y tengan buenos amigos, que les hagan bien y a los que ellos también puedan enriquecer. Los niños saben buscar amigos. Saben quiénes son aquellos compañeros con los que congenian en sus juegos, gustos, aficiones y estilo de vida. Esa semilla de amistad es la que hay que ayudar a cultivar para que pueda crecer.