DÉJALES EQUIVOCARSE
“La emoción que puede romper tu corazón es, a veces, la misma que lo sana”. (Nicolas Sparks)
En la sociedad actual hay muchos adolescentes que están solos muchas horas al día. Eso hace que, en el poco tiempo que se pasa con ellos, sea más sencillo resolverles los problemas que ayudarles a que ellos mismos encuentren una solución. Es bueno reflexionar sobre esta actuación que, como padres, es casi inconsciente. No nos gusta verlos sufrir el tiempo que compartimos con ellos y nuestra visión subjetiva de padres, a veces, hace que actuemos antes incluso de que nos necesiten. Pero habría que considerar que, con esta forma de actuar, retrasamos la consecución de una de las metas de su vida, que es alcanzar la madurez.
Puede suceder que, adelantándonos a sus necesidades, que pueden parecernos vitales, no les dejemos que se conozcan a sí mismos y lo lejos que pueden llegar. Queremos que todo les salga bien; eso no es necesariamente malo, pero es mucho mejor que en la época adolescente, que aún les tenemos cerca, aprendan a resolver los problemas por sí solos sabiendo siempre que estamos ahí para ayudar y aconsejar, pero no para sustituirles en lo que ellos tienen que hacer.
Los obstáculos pueden ser muchos, pero en la medida en que les dejamos ver que gran parte de las cosas tienen solución, y que ellos pueden alcanzarla, conseguiremos jóvenes maduros que afronten la vida con valentía, y no esperando a que el resto les quite los problemas. Las adversidades forman parte de la vida y no es bueno para su educación hacerles ver que la vida es tan sencilla que no tienen que esforzarse en buscar soluciones a sus propios conflictos. Nuestro amor incondicional supone nuestra obligación de ayuda a que crezcan en fortaleza, y de acompañamiento en el fracaso que vendrá en muchas ocasiones, haciendo ver que es una enseñanza necesaria de la vida.
Lo más difícil: dejarles equivocarse, aunque veamos que van directos al desastre. Muchas veces, el conocimiento y la apertura a lo mejor para uno, pasa por que uno fracase de vez en cuando, porque “el fracaso nos puede enseñar más que una victoria”, como afirma Toni Nadal[1]. Y muchas veces son los padres los que tienen que aprender a gestionar la derrota de un hijo, que duele más que la propia si cabe. Por lo tanto, una de las cosas con las que más van a aprender es con nuestra actitud y nuestro ejemplo.
Habría que vivir con naturalidad con ellos la enseñanza de nuestra vida personal, lo que nos ha costado conseguir los éxitos, los errores que hemos cometido y cómo los hemos solucionado, siempre adaptando las enseñanzas a lo que ellos deban saber, pero viviéndolo como algo natural en nuestro proceso de aprendizaje y madurez. Hablar de los sentimientos debe ser algo natural para nosotros y para ellos, saber verbalizar las emociones y sentimientos que nos producen las diferentes situaciones por las que hayamos pasado. Quizá tengamos que “ensayar” un poco para ser capaces de ponernos en su lugar. Es cierto que en la adolescencia los problemas parecen un mundo cuando los adultos vemos las cosas de forma mucho más práctica. Es bueno que los adultos sepamos ponernos a su nivel, igual que cuando son pequeños nos agachamos físicamente para que nos vean cerca y se sientan comprendidos. Un adolescente se sentirá incomprendido muy posiblemente, pero debemos estar cerca y tienen que saber que no nos iremos de su lado hasta que consiga recomponerse.
Aprendemos más en el proceso de buscar solución que en el resultado final. Esto es algo necesario asumir durante los primeros años de juventud para aprovechar las enseñanzas universitarias con cierta madurez.
La adolescencia es un tiempo de grandes ideales, pero hay que asumir que no se puede hacer o conseguir todo lo que uno desea. Es vital para ayudarles a construir adultos maduros y responsables que sepan que todo no se puede conseguir. Y es necesario también porque algún día ellos tendrán que hacérselo ver a sus hijos, y éstos a los suyos. Y hacerlo desde la ilusión de los proyectos que sí pueden venir, que sí pueden conseguir, no poner metas irreales y cargarnos a la espalda lo que ellos no pueden hacer, sobreprotegiendo de tal manera que nunca se encuentren con la frustración y el dolor. La realidad de la vida es que el dolor y el sufrimiento llegan, antes o después, y para vivir felices, que es lo que todos queremos, no podemos ponernos de lado ante esta realidad, sino afrontarlo dándole sentido. Y llorando lo que sea necesario, por supuesto.
Aprender a gestionar la frustración, no evitarla. Es tentador ver sus caras de felicidad cuando hemos conseguido facilitarles algo, pero esa felicidad es efímera. La felicidad es mucho mayor cuando lo han conseguido ellos, y el crecimiento y la responsabilidad también. Eso no significa que no les ayudemos. Sí que es importante que sepan que estamos cerca, que no miramos hacia otro lado cuando sufren o cuando las cosas se complican. Y sí, hacemos un favor en un momento determinado, porque nos queremos y nos ayudamos, y así tendrán que hacerlo ellos con quien se vayan encontrando, pero afrontando lo que haya que afrontar.
Todo lo anterior corresponde además a una enseñanza que se llevarán por encima de aquello que quieran conseguir de forma temporal, y llegará a formar parte de su ser y por lo tanto de su capacidad de entrega al servicio de los demás durante toda su vida: la fortaleza. Es posible que ese bien temporal, o ese beneficio, no lo consigan porque no les auxiliamos en sus dificultades, pero lo que es seguro es que aprenderán de sus actos y omisiones.
Dice Leonardo Polo que “la posesión corpórea es débil por ser lo poseído exterior al cuerpo. La posesión inmanente es más fuerte, pues corre a cargo del acto cognoscitivo en el cual está el objeto conocido” [2], es decir, que esta enseñanza sobre la virtud de la fortaleza, tanto en la faceta de acometer como en la de resistir, es un hábito que cuando se hace propio, difícilmente se desprenderá de él nuestro adolescente. Es quizá la enseñanza más difícil, la del trabajo del propio carácter, la que debemos afrontar con constancia y coherencia.
La enseñanza de la virtud es en la que debemos ayudarles porque ellos son los sujetos interesados en su consecución y quienes deben ejercer el trabajo primordial: lo que ellos no hagan no lo podemos hacer por ellos, siempre actuando en función de un fin. Buscamos la fortaleza porque es el bien, y llegará un momento en que la busquen libremente, sin que se lo indiquemos los adultos, porque habrán entendido que superar los problemas con iniciativa propia es bueno para ser más fuerte, y eso supone la consecución del bien. Y ese será nuestro gran éxito.
Carmen Taboada
[1] https://branded.eldiario.es/mejor-conectados-afrontar-exito-toni-nadal/
[2] Polo, Leonardo (1995). Introducción a la filosofía. España. EUNSA