Los niños, especialmente cuanto más pequeños son, exigen una satisfacción inmediata para sus necesidades o deseos. Un bebé que llora por hambre no entiende de esperas; cuando son algo más mayores, utilizan un reclamo de atención, los primeros juegos también son una cuestión de prioridad o inmediatez. En este proceso de crecimiento, lograr inculcar la virtud de la paciencia y el orden, así como la gestión del tiempo y la espera sin frustración, es un gran reto para los padres, especialmente en un contexto en el que la cultura de la inmediatez que nos rodea no es, precisamente, una ayuda.
Termina el curso y llegan las vacaciones, esos dias en los que, para todos los niños y en especial para los de la etapa infantil, supone un gran cambio. Se pasa de las rutinas diarias de los nueve meses anteriores, muy interiorizadas, a un cambio de contexto, de hábitos, de horarios y, en la mayoría de las ocasiones, de su entorno familiar y social. Pero no podemos olvidar que siempre, y también la época estival, es un maravilloso momento para consolidar todo lo aprendido y reforzarlo con actividades que sumen experiencias de exploración, interacción y descubrimiento.
Durante el curso escolar, el trabajo de los docentes y padres ha estado encaminado a desarrollar conocimientos lingüísticos y matemáticos básicos, conocimiento del entorno -naturaleza, animales y, sobre todo, las personas que lo habitan-, habilidades socioemocionales como el trabajo en equipo, la empatía y la comunicación, sin olvidar la motricidad, tanto la gruesa como la fina.
Con el final del curso escolar llega una pequeña revolución, entendida esta como una situación que puede ser o de cierto cambio o de ruptura total con las rutinas de los meses precedentes.
La música es considerada una forma universal de comunicación. Esto hace que esté presente en todos los lugares del mundo, en todos los ambientes y en cada uno de nosotros.
Según diversos estudios, la música existe desde la prehistoria, como una forma primitiva de comunicación y expresión de sentimientos. Se podría decir que la música apareció en un momento similar a la aparición del lenguaje.
Los beneficios que tiene la música en la primera infancia son múltiples, por lo tanto es imprescindible, en la medida de lo posible, que esté presente en su día a día para lograr un desarrollo integral.
La sobreprotección hacia los hijos es una tentación en la que todos los padres podemos caer en algún momento. Pero si, en lugar de momentos o circunstancias puntuales, es la tónica habitual puede ser una rémora para un correcto desarrollo personal, al limitar la capacidad para afrontar los desafíos de la vida. Educar en la fortaleza puede ser un buen punto de partida para construir con buenos cimientos.
El día a día de la experiencia docente y el contacto con escolares y sus familias nos muestra, con más frecuencia de lo que sería deseable, ejemplos de lo que se ha llamado “padres helicóptero”, aquellos que, con la mejor de las intenciones, sobrevuelan toda la actividad de los hijos -académica, de ocio o en sus relaciones sociales- para controlar e intentar mitigar cualquier dificultad que pueda surgir.
“Los niños hoy duermen dos horas menos de lo recomendado, esto impacta en su concentración y control de emociones” (Marian Rojas Estapé)
En el ámbito escolar crece la preocupación de los docentes por el déficit de sueño que observan en los más pequeños. Ese déficit afecta al proceso de aprendizaje, ya que los niños que no han tenido un descanso óptimo durante la noche tienen un razonamiento más lento, surgen problemas de irritabilidad y falta de autocontrol, afectando también a la memoria.
Un típico refrán español nos recuerda que “el que algo quiere, algo le cuesta”. Y conseguir un objetivo no requiere solo esfuerzo, sino también, tiempo. Saber educar la paciencia y la necesidad de la espera es uno de los grandes desafíos a los que se enfrentan padres y docentes en esta era de la inmediatez. Es un reto, una oportunidad para trabajar en una virtud importante para el desarrollo personal.
Casi todos tenemos la experiencia de lo acertado de este dicho en cuanto al esfuerzo necesario para conseguir las metas que nos proponemos, pero parece que nos vamos olvidando también del factor tiempo. La cultura de la inmediatez, de la que tienen mucha culpa la vida ‘frenética’, la sobreestimulación y las tecnologías que la aceleran y pueden llegar a ofrecer resultados o gratificaciones inmediatas —en el trabajo, el ocio, compras—, arrastra a los niños que son ya ‘nativos digitales’, pero también a los mayores.
Muchos nos quejamos de que “no nos da la vida” para hacer las cosas que nos gustaría o, al menos, no con el tiempo que desearíamos dedicar. No debería ser ese el caso en la relación padres-hijos, y si lo es en algún momento, siempre se está a tiempo de rectificar. Un propósito para este tiempo de Navidad puede ser hacerles – y hacernos- ese regalo: más tiempo para compartir.
El día a día es vertiginoso. Por el lado de los padres, además, las responsabilidades laborales y los compromisos sociales “aprietan” el horario familiar; por la parte de los hijos, los estudios, actividades extraescolares, ocio con amigos y, en muchos casos, distracciones tecnológicas, llenan las horas del día. Encontrar el momento de encuentro en el que todos estemos conformes y a gusto es el gran reto. Es lo que podemos concretar como ‘tiempo de calidad’.
Ya inmersos de lleno en el nuevo curso, junto a la actividad docente principal, comienzan también las actividades extraescolares, en los propios colegios o en otro tipo de centros educativos, deportivos o culturales.
Recurrir a estas actividades que se realizan fuera del horario escolar puede ser, en ocasiones, una necesidad para la organización familiar. También pueden elegirse para la mejora del rendimiento académico o para desarrollar una afición o un talento de nuestros hijos.
En cualquier caso, tanto si es por conveniencia como por deseo, hemos de buscar que se conviertan en una oportunidad para el crecimiento y el desarrollo de los niños.
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