Abril: 2021 “Conectarnos” con la realidad
Piedad y Daniel llevan cinco años casados y tienen dos niños, una niña de cuatro años y un bebé de cinco meses. Él viene preocupado a la primera entrevista de mentoring familiar porque ella no puede dejar de ver el móvil desde que se levanta y está muchas horas conectada a las redes sociales. Él, además de su trabajo profesional, se encarga de los niños y dice que vive con una mujer “ausente”.
Estamos en un momento tan importante de digitalización en nuestro entorno y realidad que, por las circunstancias de la vida, hemos tenido que adaptarnos de una forma fuerte, directa, y abrumadora con el mundo digital. Este fenómeno está afectando a muchas personas, también a los matrimonios: sueño, diálogo, deporte, intimidad, hijos, etc.
Si nos detenemos a pensar cómo es el funcionamiento de la mente y cómo se relaciona con la pantalla, seremos capaces de gestionar mucho mejor todo este mundo digital que está afectando a los matrimonios y llenando hoy en día nuestras vidas. En mi profesión, el mentoring familiar, ayudamos a las personas que están pasando por dificultades en su matrimonio a que encuentren el sentido de su vida y de su proyecto común.
Como afirman algunos psiquiatras, vivimos en una sociedad que ha perdido el norte, sustituimos “sentido de la vida” por “sensaciones” que no siempre nos enriquecen como emociones producidas por las imágenes que encontramos en las redes sociales, pornografía, compras por internet, etc. Sensaciones que hacen daño a la relación de pareja, porque desvía del sentido de nuestras vidas.
El contenido de las redes sociales, como afirma Aza Ruskin, ex trabajador de Mozilla fue diseñado para ser adictivo. Cada vez que tenemos interacciones con las redes sociales se generan chispazos de dopamina, neurotransmisor que genera sensación de bienestar. Hoy la pantalla se ha convertido en una sensación “necesaria” para muchos matrimonios, que se han hecho dependientes de sensaciones fuertes y de la emoción que produce el instante. No importan las emociones o sentimientos que tenemos en la relación con el otro; “ahora” la vida gira en torno a esas emociones, a esa droga constante que viene de las pantallas. Esto produce mucha frustración en la comunicación con el otro.
Pantallas fuera del dormitorio
Cuando llegamos a casa cansados, estresados y no podemos más, necesitamos la pantalla: noticias, deporte, fotos, compras, lo que sea, porque con eso, de repente, se siente uno aliviado.
Sin embargo, situaciones como el estrés y el aburrimiento se deben aprenden a gestionar, y así, las personas maduras muestran su señorío en estos momentos. Un detalle concreto de este “estar” por encima de la tecnología en nuestra relación de pareja puede ser la común decisión de espacios de tiempo y lugar libres de pantallas. ¡Qué buena idea sería que el dormitorio sea un espacio de intimidad conyugal! y de esta manera, daríamos un ejemplo a seguir por nuestros hijos. Conozco una familia que ha colocado el “cesto de los móviles” en el descansillo de los dormitorios, en donde todos los miembros de la familia dejan sus dispositivos apagados antes de irse a dormir.
Asimismo, este aprendizaje conlleva aumentar la tolerancia a la frustración frente a las adversidades, porque la “austeridad digital” supone saber enfrentarnos a la realidad, y no refugiarnos en un mundo virtual.
Dedicar nuestra atención al otro
Hay una crisis de esta operación mental en el siglo XXI: no somos capaces de dominar la atención. Aumentar la atención en las pantallas es lo que mueve el mundo, y su uso indiscriminado nos lleva y nos conduce a una escasa capacidad de focalizar la atención y de mantenerla, además de una falta de calidad atencional. Y el amor necesita de esta herramienta para su enriquecimiento. Necesitamos trabajar la atención: Para conocernos mejor, para diferenciar lo relevante de lo irrelevante, para enriquecer la comunicación y para ser más creativos en el amor.
Que acertemos a tener un buen uso de la pantalla afecta a nuestros estados de ánimo, a nuestras capacidades cognitivas, nuestra manera de relacionarnos con las personas y en última instancia, a nuestra felicidad en el matrimonio.