LAS MIRADAS DE AMOR
Los niños, sobre todo en sus primeros días, meses y años de vida, son el centro de atención de todos los que le rodean. Padres, hermanos, abuelos, familiares y todo el entorno reciben con alegría a esa nueva persona que ya va a formar parte de sus vidas, y dirigen hacia ella una gran cantidad de miradas que encierran amor, apoyo y confianza. Por su parte, el niño, a través de lo que su propia mirada es capaz de captar y aprender, va desarrollando su personalidad.
“Muchas veces basta una palabra o una mirada para llenar el corazón de un niño. Llena el corazón de tus hijos de alegría, paz y amor incondicional”. Estas palabras de Santa Teresa de Calcuta nos ponen sobre la pista del camino correcto para contribuir a la formación de una persona íntegra, alegre y cuyo principio de actuación será el amor y el respeto por los que le rodean, especialmente por los más próximos.
Los niños, en su interacción con las figuras más importantes que les rodean en sus primeros años de vida, van formando su identidad y creciendo en todos los ámbitos: humano, psicológico y emocional. En este crecimiento, cada figura tiene un papel vital para el desarrollo de los niños, ya que sus influencias sirven para moldear el carácter y adquirir valores y virtudes.
La mirada de los padres
Caben pocas dudas acerca de la influencia que los padres tienen en la vida de un niño a través de sus cuidados, muestras de cariño y todas las manifestaciones y expresiones del amor incondicional. Cabe también la influencia en el aspecto disciplinar, que ayuda al niño a distinguir lo que está bien de lo que no. Por parte del niño, los padres son el primer modelo que debe ser imitado.
En el caso de los padres, sus miradas y su aliento aportan apoyo, seguridad y refuerzo de la autoestima mientras los niños ven en las madres, aparte de ese vínculo único y especial que genera amor y confianza, a esa persona que desde el primer momento cuida de ellos y protagoniza las primeras fases de la comunicación. A través de las miradas y expresiones faciales los niños comienzan a comprender el mundo que les rodea.
Lo que aportan los hermanos
En el ámbito familiar, aparte de los padres, los hermanos constituyen la relación más próxima y que, a su modo, genera un impacto y ofrece una influencia en el desarrollo de un niño. Los hermanos suponen oportunidades de comunicación, juego, cooperación y, ¡cómo no!, alguna pelea, conflictos y su resolución. Todo ello suma para adquisición de habilidades sociales y emocionales, potenciando ese vínculo a través del que el niño puede disfrutar de apoyo, aprender a compartir y empatizar con los sentimientos y necesidades de sus hermanos.
Los abuelos, un papel único
Si especial es la mirada de los padres, también hay que colocar en un lugar destacado a los abuelos. Para los niños, los abuelos aportan esa mirada de amor incondicional, al igual que los padres, pero con un plus de experiencia y sabiduría, y como transmisores de valores tradicionales y de historia familiar. Esa relación refuerza el sentimiento de pertenencia a la familia y los lazos entre los miembros de varias generaciones. ¡Quién no recuerda alguna anécdota de esa complicidad entre abuelos y nietos… y los beneficios que los niños obtienen!
La escuela, un entorno para aprender y relacionarse
Pasados los primeros meses o años, llega el momento para los niños de mirar también hacia otros horizontes, como el de la escuela. Es una nueva ocasión para fomentar las relaciones sociales, en este caso, con semejantes que no forman parte de la familia. Además, es el momento para adquirir conocimientos, habilidades, mientras se desarrolla aún más la autonomía personal. Dentro de esa mirada infantil, siempre será mejor que la percepción de los niños no lleve a contrastes o ‘choques’ entre lo que ven y aprenden en casa y en el colegio. Todo esto forma parte de la coherencia de un proyecto de vida y educativo en el ámbito de la familia.
Un mundo lleno de estímulos
Finalmente, hablamos del entorno físico y cultural que rodea a los niños, que es un mundo lleno de estímulos que, convenientemente encauzados, puede contribuir mucho al desarrollo. El conocimiento de culturas y tradiciones, lugares, idiomas o personas diferentes, ayuda a fomentar la tolerancia y el respeto a la diversidad, así como a impulsar la curiosidad y la creatividad.
En definitiva, y volviendo a ese pensamiento de la santa de Calcuta, en el sentido de considerar las miradas como semillas, prestar atención a esas miradas y el empeño en transmitir los valores que consideramos buenos y adecuados, será el secreto de los buenos frutos.