Victor Frankl es un psicólogo mundialmente reconocido. Su libro más popular es “El hombre en busca de sentido”, en el que expone en primera persona, gran parte de su experiencia personal en Auschwitz y en los otros campos de concentración en los que estuvo durante la Segunda Guerra mundial por su origen judío. Esta experiencia le sirvió para desarrollar con mayor profundidad la llamada Tercera Escuela Psicológica de Viena: La Logoterapia, que establece como motor de la vida la búsqueda de sentido. Antes había pertenecido a la Escuela de Freud y Adler que afirmaban que el sexo y el poder, respectivamente, eran los motores para llegar a una vida plena. Pronto se desligó de estas dos escuelas.
Escrito a modo de cuento, con mucha frescura y sentido del humor, pero con una gran carga de trascendencia y fidelidad a la doctrina católica, este libro puede acompañar a pequeños y mayores para vivir de una manera más espiritual el nacimiento del Niño Dios.
Se acercan las deseadas vacaciones de Navidad, las calles se van llenando de luces y adornos. Es tiempo de preparación, de recogimiento, para la venida del Salvador. Los niños viven con una gran ilusión la preparación del cumpleaños de Jesús, pero la pregunta es ¿y los adultos vivimos este tiempo con esa ilusión infantil o nos domina el agobio de regalos, comidas, etc.? Sí es así, lo primero que debemos hacer es pararnos y reflexionar sobre lo que realmente es importante en estas fechas, ¿qué “cosas” pueden llenar el corazón de nuestros hijos? Desde luego, ni los juguetes de los Reyes Magos, el Niño Jesús, o Papá Noel conseguirán llenar de felicidad el corazón de nuestros niños.
Es indudable, como dice Goleman - una auténtica eminencia en el campo de la inteligencia emocional, que existe “un desasosiego emocional que parece ser el precio que los jóvenes han de pagar por la vida moderna”. El hombre es, para bien o para mal, ser de costumbres. La parte positiva es que este hecho hace que adquiramos rutinas y hábitos que nos ayudan a mejorar, en contraposición, nos acostumbramos a normalizar situaciones que, por desgracia, no son normales. Nos hemos acostumbrado a jóvenes perdidos, a adolescentes tristes, taciturnos e incluso violentos, nos parece “lo normal para la edad”.
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