Ha pasado poco más de un año y todavía puedo recordar perfectamente la carita de un niño, que, sentado en el suelo en primera fila, escuchaba con una atención sorprendente la historia que yo estaba contando sobre Jesús. Ese día les estaba hablando del Cielo, de las benditas almas del purgatorio, que, para que los más pequeños lo entiendan bien, les digo que son “los que esperan en el banquito”, y de cómo San Pedro les iba abriendo la puerta del Cielo. Hablábamos de los niños, ellos no se sentaban en ningún banquito a esperar, porque nada más verles Pedro les abre de par en par esa gran puerta.
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