Noviembre 2024: LA EDUCACIÓN: UN ACTO DE ESPERANZA
Dijo Alejandro Dumas: “La esperanza es el mejor médico que conozco” y, realmente, en la educación es un valor imprescindible a la hora de acompañar a nuestros niños en su crecimiento.
Disfrutamos con ellos, se suben a nuestros regazos y nos dicen que nos quieren, les encanta contarnos sus secretos y compartirlos con nosotros…y de repente, algo pasa, algo cambia, ya no responden a nuestro cariño como antes: la preadolescencia ha llegado, ha entrado en sus vidas para quedarse, al menos, una larga temporada.
Es entonces cuando podemos desanimarnos al comprobar que, lo que con tanto esmero hemos ido forjando durante los primeros años de su infancia, empieza a tambalearse tan rápido y pronto como son los once años.
El educador no puede permitirse tirar la toalla y perder la esperanza. Afirmó el Papa Benedicto XVI que precisamente de aquí nace la dificultad tal vez más profunda para una verdadera obra educativa, pues en la raíz de la crisis de la educación hay una crisis de confianza en la vida. Solo una esperanza fiable puede ser el alma de la educación.
Para tener esperanza en la educación que damos, necesitamos tener confianza en ella, creer en su fuerza transformadora, cuidarla con esmero, querer educar a pesar de los pesares. Es una realidad la afirmación, tantas veces repetida de que “unos siembran árboles que más tarde otros disfrutarán sentados a su sombra”.
La educación tiene como centro la persona humana y nunca sabemos el final esa trayectoria, pues depende de sus decisiones, de su libertad. ¡Cuántas veces la desesperanza hace que muchos padres tiren la toalla, no confíen y se pierda todo lo sembrado por no saber esperar a que la semilla de su entrega, de su disponibilidad, de su labor, madure en sus hijos y abandonan en la adolescencia!
Los padres y educadores deben están siempre ahí, muy cerca de ellos, respetando, acompañando, aconsejando, formando y amando, porque no se puede educar a quien no se ama, con todas sus virtudes y defectos. Y, sobre todo, esperanzados.
Confiar en la labor educativa implica que los padres y educadores confíen en los niños; y que la sociedad confíe, al mismo tiempo, en los padres y educadores. Hemos de valorar la educación por encima de todos los bienes que les podemos dejar como herencia.
Sin esperanza no se puede educar. Es un cheque en blanco que extendemos sobre el futuro de nuestros hijos, porque el futuro siempre es un riesgo, es desconocido, oculto, borroso y titubeante, pero la actitud de los padres y educadores es esencial. Necesitamos creer en lo que hacemos, en la tarea que se nos ha sido encomendada, en la responsabilidad de nuestro quehacer diario y, al mismo tiempo, confiar en que el ejemplo, las conversaciones, los límites, los ánimos que les damos, la lucha y el empeño que ponen y ponemos y el tiempo que les dedicamos son el manantial básico donde, al beber, irán interiorizando los grandes valores de sus vidas.
El diccionario de la Real Academia española define la esperanza como “El estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea”, preciosa definición que contiene realidades como la ilusión, el optimismo, la confianza y las buenas expectativas. Todas y cada una de estas actitudes son imprescindibles en el alma de un padre, de una madre, de un educador. Cuentan del genio de Miguel Ángel que, cuando recibió el bloque de mármol para moldear la impresionante obra del Moisés afirmó que la escultura allí estaba, dentro de ese mármol y él solo tenía que sacarla. La leyenda cuenta que, al acabarlo, el artista golpeó la rodilla derecha de la estatua y le dijo “¿porque no me hablas?”, sintiendo que la única cosa que faltaba por extraer del mármol era la propia vida. En el interior de un niño hay horizontes de grandeza, de valores, de esperanza, de porvenir; están ahí, los padres y educadores tenemos esa gran misión de sacar, de cada niño, de cada persona, lo mejor que hay dentro de ella.
Hace años, Juan Pablo II declaró a san Juan Bosco “ Padre y Maestro de la juventud”. Fue un gran conocedor de los niños, de los jóvenes, de todos los que se sentían necesitados. En su sistema educativo, que inculcó con verdadera pasión y pedagogía a maestros y a su congregación -los salesianos- les decía “El Sistema Preventivo es un modo de educación que precave el daño del alumno y la necesidad del castigo; prescribe al educador una continuada convivencia con el alumno y una completa entrega a su tarea educativa; destaca la necesidad de una vida infantil plena, activa y rica en aspectos”(San Juan Bosco). Eso es educar.
Y, cuando lo hacemos en base a la esperanza, estamos actuando, de hecho, con una gran dimensión preventiva hacia todo aquello que hay en el mundo y que “deseduca”.
¡Con que fuerza lo escribió san Pablo en el capítulo 13 de Corintos! “El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, más se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
La educación es sembrar, abonar el terreno, regar con constancia. Aunque a veces parezca tierra de barbecho, todo lo sembrado, tarde o tempranos, dará fruto. Nada se pierde, mucho menos en estas edades tan tempranas. Otros recogerán la siega.
Referencias:
Benedicto XVI (21 de enero de 2008). Mensaje a la diócesis de Roma sobre la tarea urgente de la educación.
Hermenéutica. Revista Cultural de arte.
San Juan Bosco. Obras fundamentales. BAC