Mayo 2019 – La presencia consoladora
Radicalmente hijos.
Existen en todas las lenguas conocidas vocablos específicos que designan de forma cariñosa al padre y a la madre de familia. Papá y mamá en castellano, daddy y mum en inglés, pere y mere en francés son palabras con una curiosa similitud fonética para hacer referencia a una realidad intrínseca a cualquier persona: la filiación. Porque el ser humano es radicalmente hijo: hijo de sus padres por la carne, e hijo de Dios que nos ha creado a su imagen y semejanza.
Es por ello muy importante que los padres reflexionen con frecuencia sobre la importancia de su misión en la tierra. La de ser artífices de una vida feliz para sus hijos mediante el amor.
¿Un oficio desprestigiado?
Sin embargo, el papel de padres ha sido desprestigiado e incluso mancillado por los constructores de la nueva sociedad del individualismo y el hedonismo salvaje. Comenzaron por presentar a lo hijos como una carga económica y física con la cual no se podría alcanzar un adecuado nivel de vida, descanso y placer. Requisaron después para el Estado el papel de educadores de los padres, reduciéndolos a meros comparsas en vez de consagrar su papel de actores principales. Y terminaron por desvincular el amor conyugal de la procreación de los hijos, presentando el placer sexual como un fin en sí mismo, como una búsqueda del yo en la que no cabía nadie más. Así las cosas, ¿con qué razones se podía justificar la autoridad de los padres en el hogar y la ascendencia moral que debían tener sobre sus hijos? Desgraciadamente, en este marco, muchos padres han claudicado de sus derechos y deberes para con su exigua prole, y han quedado sumidos en su propia tristeza y desolación vital.
Una presencia consoladora
Es por tanto la hora de volver a recordar que la presencia del padre y de la madre -cada uno con su papel diferente y complementario- en el hogar es radicalmente imprescindible. Que no son meros gérmenes de la existencia como el estambre y la corola en las flores, sino artífices de nuevas vidas, libres y destinadas a ser eternamente felices. Por tanto, el padre deberá ofrecer siempre el calor de su afecto y la seguridad de su fortaleza, tan propios de una masculinidad recia y afectuosa. La madre aportará la delicadeza en el cuidado de los detalles y la intuición para adelantarse a los problemas difícilmente detectables como solo la feminidad verdadera es capaz de conseguir. Ambos, el tesón de su esfuerzo, la generosidad de su entrega constante -buscando solucionar con creatividad e ingenio los pequeños o grandes problemas domésticos. Y trascendiendo a las simples tareas materiales -responsabilidad de ambos- para volcarse de modo decisivo en la tarea educadora.
Alguien en quien fijarse.
Así, hijos e hijas recibirán una lluvia fina y constante de amor y dedicación que les mostrará el camino a seguir en la vida. Porque la educación de los hijos, y especialmente la de los adolescentes, transciende a la mera palabra, y se convierte en ejemplo de vida, que es la experiencia que más profundamente marca a una persona.
Es muy probable que los resultados nos sean perceptibles a corto plazo, y que el agradecimiento por parte de los hijos no llegue de inmediato. Quizá, ni siquiera durante la vida en la tierra. Pero será eficaz con toda seguridad y obtendrá recompensa antes o después. Son las ventajas de disponer de una vida eterna en el cielo para disfrutarla.