Marzo 2019 – Afrontemos el duelo
Mamá, si el abuelito se ha ido al cielo, ¿por qué dices que hoy le vamos a enterrar? ¿No está en el Cielo? ¿Nos vamos a morir nosotros también pronto?
Este tipo de conversación es el desde luego una conversación que no esperamos y que si podemos es posible que esquivemos. De hecho he dudado mucho si escribir o no sobre este tema, porque sin darnos cuenta la muerte, en cierto modo, es un tema tabú. ¿Cómo les vamos a hablar de muerte? ¿Cómo les vamos a llevar a un tanatorio? No les pongas las noticias que solo hablan de catástrofes… Además también es cierto que algunos niños se angustian especialmente con este tipo de temas, sin embargo la psicología nos advierte que evitar el afrontar tanto este tipo de conversaciones como las situaciones de dolor en sí, solo nos lleva a actitudes evitativas que son nocivas para el equilibrio emocional.
Es cierto que cada cuestión tiene su edad, pero también es cierto que la muerte, el dolor, el sufrimiento nos acompañan siempre. Esconderlos es transmitir más miedo que otra cosa. Unos amigos nuestros perdieron a un hermano cuando eran pequeños y desde entonces sus padres han convertido ese día en un día de fiesta. Sea cual sea el día de la semana en que caiga cada año, lo celebran todos juntos. Son cristianos así que van a misa, dan gracias a Dios por los años que tuvieron la suerte de convivir con él, y pasan el día juntos, pero no con tristeza, sino con celebración, porque está en el Cielo y desde ahí les cuida a todos. También la neurociencia y la psicología positiva nos advierte que las personas que son capaces de dar sentido a la adversidad, al dolor y a la muerte, la afrontan con mayor resiliencia y tiene una mejor adaptación y equilibrio emocional.
Las preguntas en torno a la vida y la muerte ronda por la cabeza de nuestros hijos en algún momento. Algunos niños se lo cuestionan antes y otros más adelante. Pero todos se lo plantean. Saben que las cosas acaban, y ese sentido de acabado hay que afrontarlo de forma natural. Salvando las diferencias, lo ven en las plantas que hay en su casa, lo ven en esa mascota que tienen y que llegado un día, “se va” y tarde o temprano viven “la pérdida” en su familia o en sus amistades.
Igual que hemos de estar a su lado y acompañarles cuando tienen que afrontar un problema, una situación dolorosa, una desilusión, un fracaso, manifestándoles que estamos a su lado y que les queremos aún más si cabe, de la misma forma hemos de ayudarles a afrontar la muerte: el abuelito de una amiga, o el primo de mamá. Esto no significa dejarles sin infancia. Esto les ayuda a comprender el sentido de la vida, de forma profunda, les ayuda a cuestionarse temas importantes, a buscar las respuestas dialogando con nosotros, en unas edades en las que aún cuentan con nuestros criterio y necesitan escuchar nuestros puntos de vista. Esto es formación.
Que nos vean llorar ante la muerte de un ser querido no es malo, denota que tenemos corazón capaz de amar mucho, que se duele con la pérdida y con esa rotura que causa el desprendimiento de un ser querido. Ellos aprenden que ser adulto supone sufrir, que amar supone saber sufrir y eso es una gran aprendizaje. Y que tiene un sentido y que nos hace mejores. Aprenden además, viéndote, que es posible levantarse, que a veces necesitamos mucha ayuda para ello. Aprenden que ser fuerte significa que somos capaces de recibir una herida y buscamos la forma de curarla y seguir adelante con alegría e ilusión. Viéndonos pueden comprender que la felicidad no va de “todo fácil” o “vida sin problemas, sin complicaciones”. La felicidad es el resultado de un corazón que ama mucho, que se entrega, que sufre y que decide seguir siendo feliz precisamente en la adversidad.