JUNIO 2019 – LA NECESIDAD DE DISFRUTAR DE “ESPACIOS EN BLANCO” EN LA INFANCIA
Los niños tienen la vida llena de actividades. Los padres del siglo XXI se encargan de que sus hijos tengan una rutina diaria con actividades que les sirvan y le hagan competente para el día de mañana. Sin embargo, se perciben cada vez más niños con desequilibrios en la infancia y que se frustran con bastante facilidad, niños que no saben aburrirse ni entretenerse solos.
El juego en solitario cada vez ocupa menos tiempo en la vida de los más pequeños. Hoy en día cuando un niño tiene un “espacio vacío” pide a sus padres que les den una pantalla (bien el móvil, o la Tablet) o que le enciendan la televisión para entretenerse. Permitir que los niños jueguen con las nuevas tecnologías o vean videos no es algo negativo, pero no es recomendable convertirlo en un hábito cuando no se tiene nada que hacer. Todos somos conscientes de que existe un abuso en el tiempo del uso de las pantallas en la infancia.
El aburrimiento de un niño es un gran comienzo para el desarrollo intelectual, por lo que los padres no deberíamos tratar de solucionarlo ya que impulsa a los pequeños hacia el juego y búsqueda de estrategias de entretenimiento propias. Los niños necesitan “ESPACIOS EN BLANCO” donde no tengan nada que hacer, espacios de tiempo donde puedan jugar consigo mismos. Estar en su cuarto entretenidos con algo que les llame la atención: hablando solos, representando personajes, mirando cuentos, modelando con plastilina, cuidando a sus bebés, haciendo carreras de coches…, haciendo de ese espacio de tiempo vacío de actividades “útiles” un espacio para reordenarse y dejar volar su imaginación.
No debemos olvidar que los niños experimentan y aprenden “haciendo”. En los niños conocimiento= acción, y generalmente va asociado a una acción motora. Conforme desarrollan su nivel intelectual los niños modifican su comprensión de lo que es posible que ocurra y empiezan a comprender el mundo que les rodea. Piaget argumentaba que el modo de comprender el mundo se conforma en base a estructuras mentales que se van organizando en esquemas (patrones organizados de funcionamiento que se adaptan y cambian con el desarrollo mental). Estos esquemas comienzan a formarse con la actividad motriz, pero conforme los niños maduran y se desarrollan avanza un nivel mental que refleja pensamiento. El juego es el canal por excelencia de experimentación en la infancia y es un fiel reflejo del este desarrollo evolutivo, por tanto, deberíamos considerarlo con la importancia que se merece.
El juego en soledad en la infancia conforma un pequeño santuario interior donde cada niño aprende a disfrutar de cosas que le interesan y canaliza las emociones de yo más interno. En el juego infantil no sólo se favorece la experimentación y el conocimiento, sino que se vuelcan los miedos, las experiencias y los intereses del niño. Así mismo aprender a jugar a ratos de manera individual, sin necesidad de usar tecnología, es una puerta de entrada a las interacciones sociales y al juego compartido donde los otros también son seres activos y creativos que experimentan con la realidad.
En esta era en el que “ser competente” es un valor en alza y se trata de ofrecer a los niños actividades que favorezcan su inteligencia debemos recordar que el juego infantil no sólo es útil, sino que es necesario para el desarrollo cognitivo. Jugar de manera no controlada ni estructurada ¡jugar libremente! sin necesidad que el adulto intervenga ni opine sobre el juego que se está llevando a cabo. Según Cury el exceso de estímulos provocado por las pantallas contribuye a generar el síndrome de pensamiento acelerado (SPA). El exceso de información puede llegar a generar en niños y adultos la necesidad de recibir constantemente nuevos estímulos provocando una dependencia a las nuevas tecnologías muy similar a la dependencia de los drogodependientes.
El espacio en blanco en la infancia es necesario para la higiene mental del niño y tiene múltiples ventajas. John Medina, autos del libro “Viaje al cerebro del niño” (Editorial Paidós, 2013) afirma que el juego libre es fundamental para el desarrollo neurológico en la infancia y que los niños a los que se les permite jugar son más creativos; tienen un mejor desarrollo del lenguaje y mayor riqueza de vocabulario; son buenos en la resolución de problemas; son menos propensos al estrés; ejercitan más la memoria y son más asertivos socialmente. La clave del desarrollo de estas habilidades está en el juego simbólico. Cuando el niño representa la realidad y adopta un rol tiene que desarrollar un ejercicio intelectual muy exigente, como asumir las normas del contexto donde se desarrolla la acción, usar el vocabulario adecuado, traer a su memoria conversaciones o situaciones similares, y ponerse de acuerdo en todos estos aspectos de una manera espontánea cuando el juego es compartido con otros niños.
Los niños que juegan se autorregulan mejor y son capaces de inhibir su comportamiento y desarrollan mejor su diálogo interno. Los padres en ocasiones pueden enriquecer ese juego aportando ideas nuevas cuando los niños les invitan a jugar con ellos. Si un niño está jugando a que su bebe no quiere comerse la comida, un padre puede enriquecer el juego ofreciéndole la opción de calentar la comida en la cocina (por si se ha quedado fría y es la razón por la que el bebé no quiere comer), o mostrándole como se hace “el avión” al muñeco para entretenerle y que coma. Enriquecer el contexto y las habilidades de los pequeños cuando estos nos invitan a jugar les ayuda a ampliar la respuesta a distintas situaciones que se plantean y les hace ver que existen distintas formas de solucionar problemas que ellos mismos se plantean.
Es importante favorecer que los niños rompan la barrera del aburrimiento y conviertan la soledad en un espacio de crecimiento mediante el juego. Ofrecer al niño espacios en blanco potencia su capacidad de experimentación y su creatividad.