ENSEÑAR A COMER, MÁS ALLÁ DE LOS BUENOS MODALES
En los años dedicada a la enseñanza de niños menores de 5 años he podido comprobar que los sentimientos que la comida puede generar en los más pequeños son de lo más variado: alegría, emoción, preocupación, asco, angustia, cansancio, enfado, etc. Gran parte de esas emociones que sienten nuestros hijos son fruto de lo que les hemos enseñado; por lo tanto, los padres tenemos una gran responsabilidad en este tema. Es cierto que hay niños que disfrutan comiendo y otros que consideran el momento de la comida como una rutina más del día, pero enseñar a comer va más allá de los buenos modales en la mesa o el gusto por determinados alimentos.
Hay varias virtudes que se pueden llegar a alcanzar si trabajamos tres sencillos aspectos a la hora de comer:
1- Guerra al capricho = fortaleza, austeridad, templanza
2- Saber esperar = paciencia, fortaleza
3- Valorar cada plato de comida = gratitud, caridad
Guerra al capricho
¿Es cierto que el gusto por la comida es algo que se puede y se debe trabajar desde pequeños? Completamente cierto.
Los gustos se hacen, se trabajan, pueden ir cambiando a lo largo de los años porque descubrimos otros sabores que nos llaman más la atención.
Superada la etapa de lactancia, es muy importante que los niños, desde pequeños, vayan probando distintos alimentos. En un primer momento no les va a gustar todos los sabores, no hay más que ver las caritas de asco que ponen algunos bebés cuando prueban por primera vez la papilla de frutas, pero como padres responsables seguimos dándole a nuestro hijo, día tras día, la fruta que consideramos importante para su salud y crecimiento y, si no hay una intolerancia, les termina encantando.
En determinadas ocasiones supondrá un esfuerzo por nuestra parte conseguir que coma, pero merece la pena ser constante y perseverar. Si no le damos la oportunidad a nuestro hijo de probar alimentos nuevos, nunca sabremos si le llegará a gustar.
Todavía recuerdo a uno de mis hijos, cuando tenía dos años, mirando con horror unas espinacas con bechamel. Le serví una cantidad muy pequeña en el plato, porque mi
objetivo era que las probara, y fue una auténtica guerra conseguir que se las comiera, incluso hubo alguna lágrima, pero os puedo decir que, ahora, cuando le preguntamos cuál es su comida favorita dice sin dudar “¡las espinacas con bechamel!”. Él no se acuerda de ese día y cuando se lo recordamos se ríe y casi no se lo cree, con lo buenas que le parecen ahora.
Los menús los hacemos los padres, no los hijos. Nuestro hijo pequeño no elige lo que va a desayunar, comer o cenar, porque probablemente elegiría todos los días lo mismo e iría en detrimento de su correcto desarrollo y salud. Tampoco le preguntamos si quiere comer, porque algunos niños no comerían casi nunca, ya que no tienen sensación de hambre. Es una rutina diaria que se lleva a cabo a la hora prevista.
Debemos utilizar el sentido común y enseñarles a comer de todo. Cuanto antes empecemos a introducir alimentos nuevos, más fácil nos resultará. Por supuesto, cada niño tendrá sus preferencias e irá definiendo sus gustos, pero no se pondrá a llorar delante de un plato de lentejas o de un huevo frito.
A veces no es fácil enseñar a comer bien a nuestros hijos. Es un tema que puede llegar a preocupar a muchos padres, especialmente con niños inapetentes. Con tal de que su hijo coma y engorde un poquito, se les da únicamente lo que les gusta. En esos casos es bueno contar con el apoyo de especialistas, pediatras y profesores pata elaborar un plan de acción que les ayude a abordar el problema de la mejor forma posible.
Saber esperar
Un bebé recién nacido cuando tiene hambre, llora, y sus padres atienden esa demanda, al principio en cuanto lo solicita y un poco más tarde de forma ordenada y respetando unos tiempos entre toma y toma.
A medida que el niño va creciendo los horarios cambian y se distancian las horas entre las comidas, el ritmo biológico es diferente. Un niño en la etapa infantil come tres veces al día, sumando a eso media mañana o merienda y su cuerpo es capaz de aguantar esas horas sin comer. Es un momento estupendo para trabajar en casa la fortaleza con nuestros hijos, ¿cómo? De un modo muy sencillo: evitando que asalten la despensa o abran la nevera cuando tengan un poco de hambre. Estableceremos unas normas claras y les explicaremos de forma sencilla que al cuerpo no hay que darle todo lo que le apetece en todo momento, porque no siempre interpretamos bien las señales y podemos hacernos daño, unido al hecho de que luego no comen lo que necesitan porque se han saciado antes con cualquier cosa.
Aprenderán a esperar a que todos los comensales tengan los platos servidos y a bendecir la mesa antes de empezar a comer. También esperarán a levantarse cuando todos hayan
terminado y hayan dado las gracias por los alimentos recibidos. Son tiempos de espera pequeños pero que les hacen un gran bien para trabajar el autodominio y pensar en los demás.
Valorar cada plato de comida
Poder comer cada día, tener un plato caliente en nuestra mesa es un regalo. Es bueno que nuestros hijos sepan que no todo el mundo tiene esa misma suerte y debemos mostrarles diferentes realidades, ya sea en fotos o colaborando con campañas solidarias, siempre que tengan edad para entenderlo sin que suponga una carga o un agobio para ellos.
También es bueno enseñarles a agradecer el esfuerzo y cariño que ha puesto la persona que ha cocinado para nosotros, evitando críticas a la comida o expresiones como “¡qué asco!” o “¡no me gusta!”.
Comer de todo, en ocasiones, implica un sacrificio porque no todo gusta, y es una oportunidad de oro para poner en alza la capacidad que tenemos de superación y de trascendencia, ofreciendo a Dios comer eso que nos desagrada por las personas que no tienen tanto o por intenciones concretas de la familia.
No he mencionado los buenos modales a la hora de comer, algo muy importante a tener en cuenta, pero hay aspectos más prioritarios y fundamentales antes que enseñar a nuestro hijo a coger bien una cuchara.