ENERO 2019 – Los demás también piensan
Esta es una de las frases significativas que repite una y otra vez una gran amiga y directiva. Una mujer dedicada a la educación desde hace muchísimos años, y que siempre que tiene ocasión sugiere: “No lo olvides, los demás también piensan”. Ella lo dice en el contexto de la dirección de centros educativos, pero ciertamente es como para ponerla de lema familiar.
A los padres nos encanta sermonear a nuestros hijos, a los que somos maestros dogmatizar, y nos olvidamos que esos niños que nos escuchan, que nos miran, ellos también piensan. Y a veces mucho mejor que nosotros.
Seguramente nos hemos encontrado en numerosas ocasiones con una situación de pelea en casa o en el colegio; con una situación en la que unos chavales han hecho lo que no debían respecto a un profesor, una asignatura, un compañero… Nos enteramos y, ¿qué solemos hacer? ¿Le regañamos delante de todos? ¿Le imponemos un castigo? Si somos padres…, ¿se nos escapa un grito amenazante o un tortazo?
Como siempre, aconsejamos lo primero serenarnos. Muchas veces nuestros gritos o cachetes son una forma de descargar nuestros enfado, pero en ningún caso es un correctivo adecuado. Nos serenamos y nos sentamos frente al chaval.
¿Qué ha ocurrido? Primero necesita ser escuchado.
Ahora te entiendo mejor. Te has sentido…, le ayudamos a poner nombre al sentimiento que le ha llevado a actuar de esa forma
Sé que eres bueno, pero esta acción quizá no ha sido adecuada. ¿Qué piensas? Reforzamos que lo que es malo es el acto en sí mismo no la persona. Si avanzamos en el camino de decirle a un niño “eres malo, ¿cómo se te ha ocurrido eso?”. Entonces sólo le abrimos la posibilidad de ser así, malo, porque lo es. Sin embargo, si ponemos por delante que sabemos que es buena persona y que ha cometido un error, entonces el abanico de posibilidades de mejora se amplía enormemente.
En el transcurso de la conversación seguro que, en este tono de serenidad y escucha activa por nuestra parte, él haya rebajado tensión y haya sido capaz de adquirir un sentido más proporcionado de la situación y de su forma de actuar. Es entonces cuando él solo será capaz de proponer otros modos de acción para el futuro y también actos de reparación para lo que ha ocurrido en el presente. Seguro que te sorprendes al ver cómo piensa y lo que se propone hacer para mejorar.
Es el momento de la alabanza significativa: “Da gusto escucharte, aprendo mucho viendo cómo eres capaz de encontrar soluciones tan buenas. ¿Qué necesitas de mi?”
Por muy pequeños que sean, se pasan el día observando. Seguramente alguna vez les has escuchado alguna frase lapidante cargada de razón y que te ha dado alguna pista de aquello en lo que tú también puedes mejorar: “mamá, ¿por qué siempre estás con el teléfono? Me gustaría que lo dejaras cuando estamos hablando”. Esta frase se la dijo a una amiga su hija de 7 años. Qué importante ahora que tiene 7 años hacer caso a este correctivo y dedicarle nuestros tiempo a las personas con las que estamos físicamente. Y qué importante esto para el futuro, porque llegará un momento en que sea ella la que tenga el móvil en sus manos y tú, tratando de tener una conversación con ella, no consigas de despegue los ojos de la pantalla. ¿Con qué autoridad le puedes decir ahora que deje de actuar así si ha visto cómo lo hemos hecho nosotros con ellos?.
Es posible que alguna vez hayas escuchado algo así como “papá, ¿por qué siempre te quejas de tu trabajo? ¿Tan horrible es trabajar?”. Ciertamente, es bueno que vean que muchas veces nos cuesta ir a trabajar, aunque sea el trabajo de nuestra vida y nos encante. Es bueno que sepan que, como ellos, nos cuesta levantarnos por las mañanas y quizá preferiríamos hacer otras cosas, sin embargo superamos la pereza, las pocas ganas y emprendemos el día. Ahora bien, es necesario que les transmitamos también que esto nos aporta muchas cosas positivas, para que su proyecto de futuro sea esperanzador.
Muchas veces también habremos oído frases que son verdaderamente una impertinencia y que no viene a cuento. Es una buena ocasión para enseñarles que la sinceridad no significa espontaneidad y que conviene saber cuando se dicen las cosas y cuando hay que callar. Por ejemplo: es domingo por la mañana y después de llevarle a las 8.00 de la mañana al partido de futbol al campo que está a 1h de tu casa, le dices al salir que hoy coméis en casa de los abuelos y el niño te monta “una rabieta” con 8 años, delante de todo el mundo. Es posible que tenga razón: el plan es aburrido, vais todos los domingos, no hay juguetes ni nada interesante en esa casa. Puede haber mil motivos. Es posible que en ese momento de explosión diga cosas que aunque duelan son ciertas, y te sirvan como padre para reflexionar. En ese momento hay que reconducir la situación con un “lo hablamos ahora a solas cuando estemos en el coche”.
Será entonces un buen momento para escucharle, sin reprocharle lo que dice, escucharle. Y después le podemos ayudar a que piense lo sucedido:
Entiendo que te sientas así, pero son mis padres y les encanta que vayamos a verles. Seguramente a ti te pasaré lo mismo cuando tengas hijos, o te pasa lo mismo con tus amigos, te gusta que te llamen, que cuenten contigo…, ¿no es así? ¿Qué piensas?
Una vez que nos hemos serenado, podemos preguntarle ¿Crees que ha sido el mejor momento para decir esas cosas? Ten en cuenta como padre que este momento será muy difícil para él, porque sentirá mucha vergüenza de sí mismo. Seguro que dejándole pensar llega a unas estupendas conclusiones y aprendizajes para la próxima vez. Solo conviene tratar de rebajar la tensión, para dar cauce a la receptividad y después hacer las preguntas adecuadas para que piense. Porque como venimos diciendo “ellos también piensan” y es el mejor camino para ayudarles a madurar y a hacerse responsables de sus actos.