DICIEMBRE 2025: ¿POR QUÉ LA AGRESIVIDAD?
En ocasiones podemos observar en las edades más tempranas de nuestros hijos ciertas manifestaciones de agresividad que nos pueden sorprender por tratarse de reacciones desproporcionadas a la situación o al acontecimiento vivido. Para afrontar estos momentos vamos a ir viendo las posibles causas que las provocan y cómo podemos ayudarles a superarlas.
¿En qué consiste la agresividad?
La agresividad es una reacción emocional ante sucesos que producen miedo, amenaza o frustración. Los adultos, en general, poseemos herramientas para afrontar estas situaciones, pero los niños carecen de ellas y tenemos que enseñarles los mecanismos para poder manejarlas.
Ante todo, debemos tener en cuenta que la agresividad no es resultado de la maldad sino de la expresión de diferentes emociones que nuestros hijos todavía no saben dominar de forma correcta. De ahí la importancia de hablar con ellos y enseñarles a poner palabras a lo que le sucede a fin de dotarles del vocabulario necesario para que puedan expresar lo que les pasa.
¿Cuál es el origen?
La baja tolerancia a la frustración que genera en los niños que las cosas no salgan como esperan o no poder conseguir lo que desean les supone sentirse sobrepasados a la hora de afrontar una situación que no controlan.
Además, factores externos como el cambio de colegio, de casa o de ciudad, el nacimiento de un hermano o el simple hecho de que entre a trabajar una persona nueva en casa, pueden generar en ellos una perturbación que no sepan manejar.
Asimismo, hay ocasiones en las que la ausencia de un modelo adecuado, en casa o en el colegio, va a condicionar su manera de actuar y de afrontar los conflictos. Así pues, si lo que observan por parte de los adultos son gritos, discusiones o reacciones impulsivas, van a seguir ese mismo patrón de comportamiento y no van a saber cómo reaccionar de forma correcta ante las situaciones adversas.
¿Cómo se manifiesta?
Las manifestaciones dependen del carácter de cada niño. Unas veces la agresividad es impulsiva, estalla de manera inesperada sorprendiéndonos de forma extraordinaria. Otras, se revela de una forma más sutil, cuando nuestros hijos mantienen una actitud hostil y aprecian situaciones normales como injustas hacia ellos.
Las manifestaciones agresivas pueden tener un impacto físico, cuando golpean o rompen objetos o incluso se pelea con otros niños, o ser de carácter verbal, cuando insultan o utilizan un lenguaje inapropiado. Pero un comportamiento inadecuado puede esconder también una llamada de atención ya que, mientras un niño tranquilo puede pasar más desapercibido, uno que se porta mal consigue tener la atención que necesita al “obligarnos” a estar más pendientes de él. Un niño prefiere atención negativa a que no le presten atención.
¡Vamos a ayudarles!
Más que suprimir sus emociones debemos tratar de que aprendan a gestionarlas adecuadamente, tanto en casa como en el colegio. Es preciso recordar que las emociones son respuestas naturales y universales ante la interpretación de lo que vivimos, pero no siempre nuestra interpretación es correcta ni, en caso de serlo, es conveniente dejarse llevar por la emoción, ya que puede resultar destructiva para el niño.
Por esta razón debemos enseñarles a contener algunas de sus reacciones y, cuando tengamos que afrontar situaciones en las que respondan gritando, debemos mantener la calma y comprender que a nuestro hijo le pasa algo que no puede reprimir y que no sabe expresar con palabras. Aunque nos cueste, debemos intentar no darle lo que pide en ese momento, solo estaremos cerca para ayudarle a calmarse y buscar otra manera de comunicar y pedir lo que necesita. Debemos darle el mensaje de que cuando lo hace correctamente tiene nuestra atención, pero si es violento no nos queda más remedio que ignorarle o dejarlo para más tarde. Sólo así les estaremos ayudando realmente.
Una vez que se hayan tranquilizado aprovechamos para hablar con ellos de lo que les ha sucedido y sobre cómo han reaccionado ya que resulta fundamental decirles claramente lo que han hecho, para que aprendan a identificar las reacciones adecuadas y las que no lo son.
Reconociendo su comportamiento y la razón que lo ha provocado con las palabras precisas, podrán nombrar y expresar lo que están sintiendo y, en lugar de mostrar una pataleta para exteriorizar que están enfadados o frustrados, podrán manifestar sus sentimientos y deseos sin necesidad de acudir a respuestas agresivas.
Para ayudarles en este proceso y siempre con un tono tranquilo y que transmita confianza, podemos hacerles preguntas como: ¿estás triste?, ¿estás enfadado?, ¿necesitas que estemos en silencio un rato?,¿necesitas estar solo? o ¿quieres que hablemos?.
Por otro lado, resulta beneficioso enseñarles habilidades para afrontar los momentos en los que claramente van a surgir conflictos y van a tener que enfrentarse a ellos. Se trata de técnicas que pueden consistir en enseñarles a hacer una respiración profunda, contar hasta diez antes de reaccionar a un enfado, marcharse del lugar en el que se encuentra el conflicto o pedir ayuda. Hay muchas maneras de conseguir que las conductas inadecuadas vayan desapareciendo. Es fundamental, cuando haya que corregirles, hacerlo con claridad, con cariño, en el mismo momento en que la conducta no es adecuada (especialmente con los más pequeños) y en privado.
Ser positivos y hacer familia
También debemos considerar que, cuando uno de nuestros hijos muestra una conducta violenta, lo que en realidad nos puede estar transmitiendo es que necesita reafirmación, que le digamos algo bueno o valoremos de forma positiva alguna de las cosas que hace. Por eso es importante que, aunque haya que corregir lo que no está bien, reforcemos sus conductas provechosas animándole a seguir en esa línea con frases como ¡qué bien lo has hecho! o ¡gracias por ayudarme tanto!
Asimismo, resulta fundamental que nuestros hijos sepan claramente cuáles son las normas que hay que cumplir en casa. Aquí no se grita, no se insulta, nos hablamos con amabilidad y las cosas las decimos con corrección, en persona y en el momento preciso. Estas directrices van a ayudar a mantener el orden y la convivencia y van a dar una gran seguridad y tranquilidad a los niños.
En todo caso, la familia es el lugar en el que todos estamos seguros y tranquilos, donde sabemos que nos van a querer por lo que somos y donde nos van a ayudar a que seamos mejores. Por esta razón debemos fomentar los planes familiares y propiciar momentos de conversación en los que todos los miembros de la familia puedan participar y ser escuchados, y donde las opiniones de todos sean tenidas en cuenta, incluidas las de los más pequeños. Con ello ayudaremos a que nuestro hijo, que está buscando su espacio, pueda encontrarlo en el entorno en el que se va a sentir más querido.

