Con la llegada de la adolescencia se da paso a una extraordinaria multitud de transformaciones, entre ellas, el cambio de referentes que los jóvenes experimentan durante esta época. Sus padres y profesores dejan de ser sus héroes, y sus amigos se convierten en su centro, en las brújulas que los guían y de quienes más tienden a fiarse, siendo este el ámbito donde más confiados y a gusto dicen sentirse. Esto hace tambalear a muchas familias, pues la mayoría están mentalizadas de que “la adolescencia de sus hijos será un tiempo de tormenta y estrés”. Además, como esto se ha dicho tan a menudo, “es como un artículo de fe. Es decir: se da por hecho que será así y que nada ni nadie podrá cambiarlo.”(Castells y Silbers, p.71).
En este inicio de curso volvemos a las carreras después de haber pasado unos días de descanso; días en los que hemos compartido bastante tiempo juntos en familia. En este tiempo, es posible que hayamos conversado con mucha más tranquilidad, mucha más de lo que nos deja el ritmo habitual de la vida con los miembros de nuestra familia, amigos, o familiares que vemos con menos frecuencia.
Precisamente, en esos momentos de conversación, es donde nos descubrimos como familia, como seres cercanos, donde nos identificamos con los demás. Es la importancia de esos momentos lo que vamos a resaltar aquí, esas conversaciones que eliminan las barreras entre padres e hijos.
En esta era de las prisas, de la impaciencia, de la proactividad, de la instantaneidad, de la obsesión por la productividad y el multitasking, que en muchos casos desemboca en una devastadora cronopatía, resulta ciertamente paradójico, que la procrastinación sea uno de los temas más recurrentes en cuestiones de gestión del tiempo. Y es que como en todo, “ni tanto que apriete el zapato ni tan poco que se caiga”.
Pero ¿qué es procrastinar? ¿Cuáles son las causas que la provocan? ¿Qué consecuencias puede tener a corto o medio plazo? ¿Existen estrategias que nos permitan manejarla?
La procrastinación podría definirse como “la tendencia a aplazar una obligación o una labor”. Si bien es cierto que puede darse a cualquier edad y en cualquier circunstancia, el adolescente es más propenso a ella, siendo una dificultad muy extendida entre ellos que produce un alto grado de preocupación en los padres, sobre todo cuando puede llegar a ser motivo de un bajo rendimiento académico.
Adolescencia es la segunda serie en inglés más vista en la historia de Netflix con 141,2 millones de visualizaciones, rebasando las cifras de Stranger Things 4 (140), Monstruo: La historia de Jeffrey Dahmer (115) o Bridgerton: Temporada 1 (113), y sólo estando por debajo de la primera temporada de Miércoles (252). Más allá del número de espectadores, esta ficción ha generado un impacto social y educativo en todo el mundo, especialmente en padres y educadores.
En Reino Unido, el primer ministro, Keil Starmer, llegó a un consenso para que en los próximos años los estudiantes de las escuelas secundarias de todo el país vean el drama de Netflix. La plataforma ha accedido a ofrecer la ficción gratuitamente a todos los centros de secundaria del país a través del servicio Into Film+.
En los días siguientes al estreno de la serie, se multiplicaron los análisis psicológicos sobre el protagonista en redes sociales, en los que se abordaban los conflictos principales, con una atención mayoritaria en la masculinidad tóxica promovida por la denominada “manosfera”, y su líder más mediático, Andrew Tate.
Esta película, adaptación de la novela homónima y basada en hechos reales, tiene como protago-nista a Michael Oher, un joven de color sin hogar. Será acogido por la familia Touhy, blancos y ricos, que le ofrecerán el cariño que no siempre tuvo. Tanto Anne (Sandra Bullock), como su marido e hijos, lucharán, además, con uñas y dientes, para ayudar a Oher a triunfar como jugador de fútbol americano.
De un tiempo a esta parte, muchos padres con hijos adolescentes sienten que su rol para con ellos se desdibuja cada día con más facilidad. Sus hijos buscan referencias en las redes sociales, en las series, en los programas de televisión, en sus iguales, y es de todos ellos de quien reciben sus reclamadas validaciones.
Si a esto le sumamos el miedo que muchos padres tienen de pecar de autoritarios y de su intento por evitar ciertos enfrentamientos familiares, se termina, muchas veces de forma inconsciente, por abdicar de su verdadera y necesaria autoridad: “Nos hemos centrado tanto en la obediencia y en ser figuras de autoridad que hemos dejado de lado la idea de que la autoridad se puede ejercer de forma firme y respetuosa” (Cazurro, 2023).
Una de las situaciones que los adolescentes viven cada día es la de tener que intervenir en clase, dar su opinión en un grupo de amigos o posicionarse públicamente en redes sociales.
La experiencia, que con frecuencia se vive en clase, es que los adolescentes deben tener las cosas muy claras para atreverse a realizar cualquier pregunta o a manifestar una opinión personal: es mucho más fuerte la sensación de sentirse juzgado que la necesidad de una respuesta.
En la vida de un adolescente, la palabra justicia es una de las más pronunciadas. Tanto ellos como nosotros, acostumbramos a declarar con pasión lo que es justo y lo que es injusto. Sin embargo, la justicia no es una de las primeras virtudes que se adquiere, de hecho, lo podemos observar en los niños: ellos siempre se sienten poseedores de todos los objetos y juguetes que les gustan. Es una virtud que ayuda a ordenar la vida interior y que se va aprendiendo con la ayuda de la prudencia y de una voluntad fuerte.
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