“La belleza reside en el corazón de quien la contempla” (Albert Einstein)
Impresiona este hermoso y profundo pensamiento. Si la belleza reside en el corazón humano, hoy más que nunca, necesitamos forjar la sensibilidad por la bondad y la belleza en los niños, ya que solo así, podrán reconocer y contemplar las maravillas que nos rodea en lo cotidiano de cada día. Educar la belleza en los niños es, en el momento actual, un gran reto. Un proceso que involucra no solo la apreciación estética, sino también el desarrollo de un sentido de respeto y valoración por lo que es hermoso en un sentido más amplio. Lo que no se educa, no emerge de modo espontáneo. Al igual que las virtudes, la belleza, el amor por la verdad y la elegancia necesitan de un camino de formación en el interior de los niños.
“Como nos enseña la experiencia diaria —lo sabemos todos—, educar en la fe hoy no es una empresa fácil. En realidad, hoy cualquier labor de educación parece cada vez más ardua y precaria. Por eso, se habla de una gran "emergencia educativa", de la creciente dificultad que se encuentra para transmitir a las nuevas generaciones los valores fundamentales de la existencia y de un correcto comportamiento, dificultad que existe tanto en la escuela como en la familia, y se puede decir que en todos los demás organismos que tienen finalidades educativas” (BENEDICTO XVI)
Hemos vivido la Navidad, una época propicia para manifestar nuestra fe cristiana y decidirnos a ser personas luminosas, que den luz a los demás. Pero esa fe se educa y manifiesta todo el año y crece en nuestros hijos poco a poco, por lo que debemos continuar con nuestra labor en la vida ordinaria.
Nuestra vida, nuestro ejemplo en este campo, es vital. Familia y colegio, juntos, podemos transmitir la verdad revelada en una actitud coherente de vida respecto de esa fe.
Dijo Alejandro Dumas: “La esperanza es el mejor médico que conozco” y, realmente, en la educación es un valor imprescindible a la hora de acompañar a nuestros niños en su crecimiento.
Disfrutamos con ellos, se suben a nuestros regazos y nos dicen que nos quieren, les encanta contarnos sus secretos y compartirlos con nosotros…y de repente, algo pasa, algo cambia, ya no responden a nuestro cariño como antes: la preadolescencia ha llegado, ha entrado en sus vidas para quedarse, al menos, una larga temporada.
El hogar familiar tiene que ser el espacio en el que nuestros hijos tengan la seguridad de ser queridos, donde puedan sentir que todo lo que hacemos por ellos siempre es por su bien. Es el hogar el lugar perfecto para educarles.
Educar tiene mucho que ver con la emoción y la relación que establecemos con los niños. Educar en positivo es resaltar todo lo bueno que tienen, para así conseguir desarrollar tanto su autoestima como la confianza necesaria para que puedan afrontar, de forma autónoma, las diversas situaciones que se les presenten durante sus vidas. A lo largo de las siguientes líneas vamos a ver cómo podemos trabajar este objetivo.
A través del juego no solo vamos a conseguir que los niños se entretengan, sino que también vamos a permitirles desarrollar diferentes capacidades y destrezas. Además de constituir una de las formas más divertidas de socialización, el aprendizaje que se realiza mediante el juego es más real y efectivo, ya que se va a aproximar mejor a sus intereses y al entorno en el que viven. Para ellos, el juego es realmente un trabajo imprescindible.
Los niños, sobre todo en sus primeros días, meses y años de vida, son el centro de atención de todos los que le rodean. Padres, hermanos, abuelos, familiares y todo el entorno reciben con alegría a esa nueva persona que ya va a formar parte de sus vidas, y dirigen hacia ella una gran cantidad de miradas que encierran amor, apoyo y confianza. Por su parte, el niño, a través de lo que su propia mirada es capaz de captar y aprender, va desarrollando su personalidad.
“Si quieres que te quieran, quiere tú primero”. (Seneca). No podemos dejar caer a los niños en una situación de amarga soledad, en el vacío del amor. Para ello, necesitan ser instruidos en el arte de aprender a querer a los demás. Tarea ardua y difícil, que tiene su estadio de crecimiento más fructífero en los primeros diez o doce años de la infancia. Aprender a amar es uno de los aspectos más importantes en la vida de cualquier hombre o mujer y una de sus dimensiones, la más valiosas de ese arte, es al amor de amistad.
Cuando amas a alguien, quieres mirarlo a los ojos y decirle: “¡Qué bueno es que existas!, ¡Qué maravilloso es que estés aquí!” Celebramos, con estas palabras el hecho de que esté a nuestro lado. Pensamos en esa persona y queremos manifestarle nuestro amor de mil maneras, pequeñas -de ordinario-.
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