Dijo Alejandro Dumas: “La esperanza es el mejor médico que conozco” y, realmente, en la educación es un valor imprescindible a la hora de acompañar a nuestros niños en su crecimiento.
Disfrutamos con ellos, se suben a nuestros regazos y nos dicen que nos quieren, les encanta contarnos sus secretos y compartirlos con nosotros…y de repente, algo pasa, algo cambia, ya no responden a nuestro cariño como antes: la preadolescencia ha llegado, ha entrado en sus vidas para quedarse, al menos, una larga temporada.
El hogar familiar tiene que ser el espacio en el que nuestros hijos tengan la seguridad de ser queridos, donde puedan sentir que todo lo que hacemos por ellos siempre es por su bien. Es el hogar el lugar perfecto para educarles.
Educar tiene mucho que ver con la emoción y la relación que establecemos con los niños. Educar en positivo es resaltar todo lo bueno que tienen, para así conseguir desarrollar tanto su autoestima como la confianza necesaria para que puedan afrontar, de forma autónoma, las diversas situaciones que se les presenten durante sus vidas. A lo largo de las siguientes líneas vamos a ver cómo podemos trabajar este objetivo.
A través del juego no solo vamos a conseguir que los niños se entretengan, sino que también vamos a permitirles desarrollar diferentes capacidades y destrezas. Además de constituir una de las formas más divertidas de socialización, el aprendizaje que se realiza mediante el juego es más real y efectivo, ya que se va a aproximar mejor a sus intereses y al entorno en el que viven. Para ellos, el juego es realmente un trabajo imprescindible.
Los niños, sobre todo en sus primeros días, meses y años de vida, son el centro de atención de todos los que le rodean. Padres, hermanos, abuelos, familiares y todo el entorno reciben con alegría a esa nueva persona que ya va a formar parte de sus vidas, y dirigen hacia ella una gran cantidad de miradas que encierran amor, apoyo y confianza. Por su parte, el niño, a través de lo que su propia mirada es capaz de captar y aprender, va desarrollando su personalidad.
“Si quieres que te quieran, quiere tú primero”. (Seneca). No podemos dejar caer a los niños en una situación de amarga soledad, en el vacío del amor. Para ello, necesitan ser instruidos en el arte de aprender a querer a los demás. Tarea ardua y difícil, que tiene su estadio de crecimiento más fructífero en los primeros diez o doce años de la infancia. Aprender a amar es uno de los aspectos más importantes en la vida de cualquier hombre o mujer y una de sus dimensiones, la más valiosas de ese arte, es al amor de amistad.
Cuando amas a alguien, quieres mirarlo a los ojos y decirle: “¡Qué bueno es que existas!, ¡Qué maravilloso es que estés aquí!” Celebramos, con estas palabras el hecho de que esté a nuestro lado. Pensamos en esa persona y queremos manifestarle nuestro amor de mil maneras, pequeñas -de ordinario-.
Sólo el título del libro ya nos dice mucho. El artista ama su creación y para crear hay que amar, Dios así lo ha hecho; pero para entender el contenido de esta obra es necesario comprender a fondo el significado de la palabra “amar”.
Leyendo el título del libro, podría parecer que la autora va a señalarnos una serie de métodos para poder estimular el asombro en los niños y adolescentes, y así conseguir que se asombren al observar lo que les rodea.;sin embargo, su intención es la opuesta; porque su finalidad es ayudar al educador a descubrir dos cosas esenciales en el mundo de la educación: la primera es que la misión del educador es acompañar y acoger al educando, no inculcarle conocimientos o ideas y la segunda es que la tarea educativa, el desarrollo de cada persona en el proceso de su educación, es un proceso de adentro hacia afuera, no de afuera hacia adentro. Esta última frase puede resultar sorprendente a primera vista, pero mientras se lee el libro se comprende lo que quiere trasmitirse.
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