Agosto 2019 – Adolescentes con derechos
Padres perdidos en la niebla
Julio me confesó, casi entre lágrimas, que ya no sabía qué responder a su hijo Salva. Habían tenido una fuerte discusión con motivo de una salida nocturna de Salva. El chico se había ido con unos amigos a tomar algo, luego a bailar un poco en una discoteca, y al final había llegado a casa a las cuatro de la mañana. Cualquier intento de localizarle desde las once de la noche en su móvil había sido en vano. Cuando llegó a casa, Julio se levantó de la cama y le afeó su conducta. Lejos de mostrarse avergonzado, Salva, desde el empoderamiento que dan los quince años, le contestó enfurecido, antes de irse a su cuarto dando un portazo:
-Me he pasado todo el curso estudiando. He sacado buenas notas. ¡Tengo todo el derecho del mundo a divertirme en verano, y todo el derecho del mundo a que no me fastidiéis mis planes con vuestros absurdos permisos!
¿Existen derechos sin deberes?
Es verano, los adolescentes vagan de piscina a piscina, y de restaurante de comida rápida a centro comercial, mientras sus padres trabajan en medio de la canícula a la espera de que lleguen las ansiadas vacaciones. Es lógico, por tanto, que, entregados a la dura tarea de no aburrirse, olviden que en verano no dejan de ser personas y, por tanto, responsables de su propio desarrollo y maduración personal; y del bienestar y felicidad de las personas que les rodean, empezando por sus padres y hermanos.
Por eso es necesario encontrar el momento para tener una conversación tranquila con ellos -contando con que el móvil nos lo pondrá difícil- y estructurar un poco el tiempo de vacaciones con un horario que incluya unos pequeños encargos en la casa y un plan de esfuerzo personal. Allí habrá que incluir sus deberes mínimos -hacerse la cama, recoger su ropa, levantarse a una hora razonable- junto a acciones que aporten al bien común -poner la mesa, sacar la basura, ayudar a hacer las tareas de verano a un hermano- y obras que mejoren su capacidad de esfuerzo -repasar un rato alguna asignatura, leer un libro interesante, aprender un idioma o una habilidad-.
¿Una tarea imposible?
Cuando se plantea a los padres la posibilidad de que organicen el verano de sus hijos, la gran mayoría se muestran resignados ante la dificultad de la tarea. Piensan que un campamento de verano, un curso de idiomas, o cualquier otra herramienta de las que oferta el mercado pueden ser un buen sustituto para alcanzar lo que consideran si no algo inviable. Se trata de que alguien asuma este reto y lo lleve a cabo sin que ellos tengan que perder la cabeza. Sin embargo, estas actividades, aunque ayudan, no educan. Solo un planteamiento intencionalmente formativo, que sea asumido de forma responsable y decidida por los hijos, y mediante el que entiendan todo lo positivo que ese esfuerzo les aporta, será realmente eficaz.
Es complicado, sí; pero, como siempre en la tarea educativa, merece la pena.