La piedad pasa por la educación en la vida de la dimensión afectiva- religiosa de la fe. Los niños la necesitan experimentar en su vida, en su día a día, con manifestaciones concretas del amor a Dios y de la creencia efectiva en su propia realidad.

Los niños lo reciben todo a flor de piel, lo viven, lo sienten, se emocionan con la fe vivida y experimentada tanto en la calle como en casa, en su habitación…en su propio hogar. Los niños saben que el corazón también piensa y, por eso la afectividad debe estar en unión con la piedad.

El lenguaje religioso conlleva música, imágenes, gestos, películas de santos, procesiones; belleza que transmite el amor de Dios con otro idioma que no tiene palabras: un niño de rodillas ante un sagrario, con sus manos juntas, su mirada en Jesús y su corazón musitando una oración…es vida de fe. En la piedad de los niños es más importante el corazón que la mente. Solo así conseguimos que los niños no caigan en la rutina y en el acostumbramiento. Los adultos tenemos la enorme capacidad de hacer rutinario lo más sublime y lo más sobrenatural; en cambio, los niños viven otra dimensión. Ponen más amor, ven más porque tienen el corazón más limpio.

En este precioso artículo, Catholic.net, acerca a los padres a las maneras y formas de acercar a los hijos a Dios en el día a día con una sencillez y ejemplos que sirven, y mucho, cuando no se sabe cómo empezar ni cómo hacerlo. Arranca con una pregunta lanzada a las conciencias de los padres del Papa Francisco: «¿Buscamos entender ‘dónde’ los hijos verdaderamente están en su camino? ¿Dónde está realmente su alma? ¿Lo sabemos? Y, sobre todo: ¿Lo queremos saber? ¿Estamos convencidos de eso, en realidad, no esperan algo más?» (Papa Francisco). Encontrad, como padres, la respuesta.

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