Abril 2019 – Servir a los demás
Los proyectos futuristas de automóviles aerodeslizadores, casas iglú en Marte, o salones domóticos tienen, por lo general, un siniestro denominador común, que pocas veces advertimos: son monoplaza. Eso significa que sus autores prevén un mañana individualista y solitario, en el que la satisfacción de las propias necesidades personales se imponga por encima de cualquier otro interés.
Si eso ocurriera, significaría la destrucción completa del ser humano. Porque, el ser humano, ha sido creado por Dios -con un diseño increíblemente armónico y maravilloso como solo un padre omnipotente puede llevar a cabo- para amar.
El amor, la entrega a los demás, la dación sin pedir nada a cambio es una característica esencial en el ser humano, inherente a su vida, y no puede desprenderse de ella. Cuando los hombres construyen sus vidas al margen del amor -no referido a la pasión, ni mucho menos a la simple atracción sexual con la que habitualmente se la confunde- terminan por caer en una amargura que sólo difícilmente el alcohol, las drogas, el sexo desenfrenado, la violencia brutal o un cóctel de antipsicóticos pueden disimular.
Por eso es importante educar el espíritu de servicio a los demás desde la infancia, y reforzarlo de modo especial en la adolescencia. Cada chico debe descubrir cuáles son sus cualidades, sus puntos fuertes con los que puede contribuir a la felicidad de los otros. Algunos podrán prestar sus dones intelectuales dedicando tiempo a enseñar o a acompañar el estudio de sus compañeros. Otros podrán utilizar sus cualidades sociales para conversar con aquellos que están más solos y con los que, por carácter, son tímidos o inseguros de sus posibilidades. Los más ordenados harán con gusto las pequeñas tareas escolares como limpiar el encerado, apagar las luces de la clase al salir, poner las sillas y las mesas en orden o dejar cerrados los armarios de los o libros o la ropa, etc. Todos y cada uno, con su espíritu de servicio contribuirán a que el ambiente familiar y escolar sea más acogedor.
Los adolescentes tienen que ser conscientes de que no se trata de una especie de esclavitud, ni de un peaje social que hay que pagar por vivir junto a otros. Se trata de una verdadera necesidad del ser humano, que aun siendo costosa -porque a nadie le apetece servir a los demás- siempre resulta más beneficiosa para el que da que para el que recibe. Porque en la entrega se expande el corazón, se sale del laberinto de los propios problemas y preocupaciones, y se alcanza una felicidad que ninguna satisfacción egoísta puede brindar. El descubrimiento de que la propia vida alcanza su plenitud cuando se vive con una amorosa entrega a los demás es probablemente la llave que abre las puertas de la felicidad en la tierra, y posteriormente en el cielo.