NOVIEMBRE 2023: “CASTIDAD ¿UNA VIRTUD SUPERADA?”
Es frecuente encontrar, en los lugares de trabajo y de ocio, conversaciones de tono jocoso, cuando no claramente vulgar, que manifiestan un total desconocimiento de la conyugalidad y reducen lo sexual a un encuentro de dos cuerpos, sin que medie el amor.
La presión de ambiente en el que nos movemos es muy fuerte; quizá la falta de formación y el desconocimiento de la visión positiva, respetuosa y trascendente de la sexualidad hacen que se menosprecie la virtud de la castidad, como cosa pasada o propia de mojigatos.
¿Cómo definir la virtud de la castidad?
Podemos definirla como la positiva integración de la sexualidad en la persona, y es verdaderamente humana cuando participa de manera justa en la relación de persona a persona. La clave para entender esta virtud está en la idea de “positiva integración”.
En primer lugar es positiva, afirma el amor, nos hace más dueños de nosotros mismos para poder entregarnos; por otra parte, el término integración es clave para entender esta virtud, porque hablamos de lo contrario a la disgregación, a vivenciar de forma separada el cuerpo, los afectos, los pensamientos y la libertad.
La persona es unidad, todas sus dimensiones están unificadas; por ello supone un drama la falta de unidad interior y la desintegración que se deriva de vivir sin esta virtud, que nos lleva a descuidar el amor, saltando de un objeto de placer a otro, más o menos indiscriminadamente o utilizar lo que debería ser una muestra excelsa de amor como modo de ejercer poder sobre otra persona o ser meros cómplices, sin rastro de cariño, ni siquiera amistad, que comparten un rato de placer sin mayores consecuencias .
La finalidad de la virtud de la castidad es integrar interiormente a la persona. Sin duda, supone una dificultad para el matrimonio, que uno de los cónyuges se deje llevar por las pulsiones de una pasión sexual que tiene poco o nada que ver con lo que piensa o con lo que quiere verdaderamente.
En algunas personas, estos impulsos desenfrenados minan la voluntad, que ya no desea amar a la otra persona por encima de todo, sino que se deja llevar por el apetito del momento, con el grave peligro de perder a la persona que ama por el camino. La voluntad arrastra con ella a la razón; entonces lo que me apetece se impone sobre lo que quiero, y lo que hago se impone sobre lo que pienso, llegando a modificar nuestras convicciones, valores y conceptos, en un intento de explicar nuestras acciones, en lugar de asumir que hemos tomado una mala decisión.
Por el contrario, la imagen de una persona madura, en la que la virtud de la castidad ha logrado una unidad interior fuerte, es aquella en la que la razón, iluminada por la fe, gobierna a la voluntad y la voluntad gobierna a la acción. Esto no significa amar de un modo desapasionado, frío o insensible, al contrario, es la capacidad de amar con pasión, a la persona elegida y del modo adecuado, gozando de la unión personal. Esto es lo que permite esa visión de la castidad integradora y que conduce a una adecuada vivencia de la sexualidad, siempre pendiente de la dignidad y del bien del otro, evitando un mero encuentro entre cuerpos, pero no entre personas.
La castidad no tolera una doble vida, la fractura interior, el doble lenguaje; por el contrario, demanda una coherencia entre lo que pensamos, amamos y vivimos. “La castidad implica un aprendizaje del dominio de sí, que es una pedagogía de la libertad humana. La alternativa es clara: o el hombre controla sus pasiones y obtiene la paz, o se deja dominar por ellas y se hace desgraciado.”1
El Papa Juan Pablo II afirma la absoluta necesidad esta virtud, “energía espiritual, que sabe defender al amor de los peligros del egoísmo y promoverlo hacia su plena realización” 2
La clave de la felicidad está en darnos, con la totalidad de quienes somos y acoger el don de sí del otro, expresando, también a través de la sexualidad, el amor que nos tenemos.
1 Catecismo de la Iglesia Católica, n 2339
2 Familiaris Consortio 33