FEBRERO 2019 – EL AMBIENTE FAMILIAR
Víctor García Hoz definía el ambiente familiar como el factor invisible de la educación.
Para designar un ámbito agradable y acogedor se utiliza con frecuencia la expresión, “ambiente familiar”. Sea para la propaganda de un centro comercial, de una cafetería o de club deportivo, esta expresión evoca algo deseado o añorado por mucha gente. Sin embargo, el auténtico ambiente familiar lo encontramos en el hogar y se apoya en la unión de los esposos, base de la familia.
García Hoz hacía referencia a lo definitivo que son las virtudes: amabilidad, comprensión, generosidad, buen humor, puntualidad, delicadeza en el trato, capacidad de escuchar, de perdonar, de tolerar… Estas virtudes propician en casa un clima o ambiente familiar en el que crecen y se desarrollan como consecuencia modos de pensar, de actuar y de vivir excelentes para toda la familia. Se entra, de esta forma, en un círculo virtuoso en el que se produce una alegría que deja huella e invita a repetir la experiencia en otros ambientes fuera de la familia y a lo largo de la vida.
Encontramos una descripción de ese factor invisible en el libro, “Dulce hogar” Canfield (2016):
“Después de meterse en la cama y apagar la luz, todavía podía escuchar el distante murmullo de las voces de papá y mamá haciendo planes: un murmullo cordial, alegre y desenfadado. Helen no recordaba la última vez que había oído a sus padres conversar de ese modo. Era como música en sus oídos. El último pensamiento que tuvo antes de dormirse fue: “¡Qué feliz soy! ¡Nunca había
ido tan feliz!”
Este es el resultado, una sensación de felicidad que no se sabe bien expresar, pero somos conscientes de su presencia.
Por otro lado, si faltan las virtudes, se hallan presentes los defectos contrarios: acritud, intolerancia, frialdad, susceptibilidad, malhumor, pesimismo, desatención, etc.
La solución está en la mejora personal, entendida como adquisición de virtudes: como el logro de unos modos correctos de obrar, estables y permanentes, capaces de perfeccionar, también de forma constante y creciente, el amor que tenemos a la persona con quien compartimos nuestro proyecto de amor.
No es nuestra intención enumerar el cúmulo de virtudes indispensables para un correcto desarrollo de la persona. Proponemos tres actitudes que, basadas en virtudes, facilitan mucho la vida conyugal:
- “Conócete a ti mismo”.
La única manera de hacer mejor nuestro amor es comenzar por conocernos a nosotros mismos y querer ser mejor para el otro, para hacerle más feliz. - Ama al otro como es y ayúdale para que sea lo que puede llegar a ser.
El que ama no sólo conoce lo que la persona amada puede llegar a ser, sino que “le ayuda a ello”, le ayuda a que desarrolle todas las potencialidades que tiene y que muchas veces ignora, le ayuda a que sea lo que puede llegar a ser. - Cuida los detalles.
La convivencia se encuentra entretejida por innumerables cosas pequeñas; si éstas son delicadas, enriquecen nuestro amor. Es preciso saber ver y sentir las necesidades del otro como propias y mantener despierta nuestra imaginación. Hacer la vida amable, descubriendo lo mejor que hay en ella, en cada momento.
El factor invisible será nuestra inversión definitiva, todos los que se beneficien de él, día tras día, en el seno del propio hogar, serán capaces de darle la vuelta al mundo, de humanizarlo.